Si como dice el hinduismo, el karma, que yo uso como metáfora, es el resultado de una ley que te devuelve lo que has hecho, me tomo la libertad de pensar que la llegada de migrantes irregulares que tanto preocupa a autoridades y sectores de la población pudiese ser perfectamente el pago que hoy hacemos al abandono de los hermanos del Sáhara Occidental hace cincuenta años.
La venta y traición que el Estado español cometió contra el pueblo del Sáhara, del que llegaron a escribir en las leyes que era una provincia española, fue la última felonía del franquismo con el dictador aún vivo, entubado como un cybor, para que aguantase mientras se arreglaban los papeles de la sucesión. Y todo aquello hubiera sido entendible como acto final de una dictadura odiosa, bañada en la sangre de centenares de miles de compatriotas. Pero no se acabó ahí el asunto, y los sucesivos gobiernos del reino, desde Carlos Arias Navarro hasta Pedro Sánchez, han sostenido la llama de la traición bien en alto.
Nuestra frontera marítima y africana pudo haber sido una mucho más segura con un Sáhara independiente, como todo el mundo quería que fuese allá por 1975. Todo el mundo menos el Alto Estado Mayor del ejército español, el sátrapa Hasán II, el amigo americano Henry Kissinger y, a lo que se vio un poco más tarde, Felipe González y amigos. Los jefes militares en España pensaron que un Sáhara marroquí protegería a Canarias de la influencia revolucionaria argelina. Tenían una errónea idea que consistía en que desde Argelia se podía crear un corredor revolucionario que atravesaría el Sáhara de la mano del Polisario y colocaría al MPAIAC como punta de lanza del tercermundismo en las Islas. Cubillo nunca tuvo fuerza para que eso ocurriera, y creo que el Polisario tampoco estaba por la labor porque ya tenía bastante con lo suyo. Así que los militares recibieron una información muy deficiente de sus servicios de inteligencia. Hoy a todas luces resulta evidente, pero en 1975 la usaron para entregar la colonia a Marruecos y dejar a los saharauis desamparados bajo las bombas de napalm de Hasán II.
A la vuelta de cincuenta años lo que vemos es que Canarias se quedó tirada, enfrentada a un gran problema generado por las migraciones irregulares, que salen de las costas de países con los que hay buenas relaciones diplomáticas. Países en los que, con dinero europeo, engrasamos la máquina de la corrupción pensado que con eso se va a solucionar el problema. Pero el dinero europeo se puede acabar cuando menos lo esperemos. La UE, azotada por los problemas de la geopolítica, está dividida, y quizá al borde del colapso, paralizada por su sumisión a la estrategia imperial de EE.UU. Y si se termina el dinero europeo para poner parches en la zona del noroeste de África y el Sahel, el problema será inabordable desde estas pequeñitas islas y, entonces, el viento azotará con una fuerza nunca vista.
Así que botamos de mala manera a los saharauis al desierto y ahora nos llegan decenas de miles de africanos ansiando una vida mejor en Europa. Están en todo su derecho. Pero mucho mejor sería, para ellos en primer lugar, porque son los que mueren por miles en este brazo del Atlántico, si esos flujos fuesen regulados y ordenados por los estados. Y mucho mejor para nosotros porque llegarían aquí a trabajar y cotizarían igual que lo hacemos nosotros y, ademas, enviarían divisas a sus países para contribuir al desarrollo. Así lo hicieron los españoles y canarios que, obligados por la pobreza, emigraron a América y a Europa cuando la bota del caudillo oprimía con fuerza el cuello de las clases trabajadoras en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.
Nada de eso fue tal como tenía que haber sido. Nunca es tarde para rectificar y hacer las cosas de mejor manera. Sin duda, un Sáhara independiente, con soberanía sobre sus aguas territoriales y con control del extenso litoral de más de 1.000 kilómetros sería una garantía mucho mayor de contención de los flujos migratorios, que las que implementan los gobiernos de Marruecos y Mauritania. Con un Sáhara independiente en frente de nuestras islas, este y otros problemas serían tratados entre dos pueblos amigos y hermanos, encontrando las soluciones de forma más efectiva y rápida.
Pero hay una conducta geopolítica española que prima sobre los intereses de los canarios y de los saharauis, y son las incomprensibles relaciones de dependencia que se tiene respecto a Marruecos, en donde parece ser que el país con más poder es el reino alauita (país subdesarrollado) y el que se pliega es la decimoquinta economía del mundo, miembro de la OTAN y, por tanto, de los países más importantes de la zona occidental del globo. El régimen marroquí no es de fiar, te la juega a la primera de cambio, como todos sabemos. Y Mauritania es un país desbordado por su inmensidad, su escasa población y su pobreza lacerante. Por ahí no hay solución.