Agresores y agredidos a la luz de la historia

Fuente: Descifrando la guerra y Fair Politik
                                                 Fuente. Descifrando la guerra/Fair Politik

 

Europa parece preocupada porque teme una agresión rusa, según se nos dice. Se prepara para suplir el abandono de EE.UU., y va a destinar cerca de un billón de euros para tal propósito. Pensemos que las armas las tendrán que comprar al complejo militar industrial de EE.UU., y que su dependencia de los sistemas orbitales norteamericanos seguirá siendo la que es ahora. Todo ese dinero destinado a la industria de la guerra será detraído de otras partidas más necesarias, tales como la vivienda, la sanidad, la educación, los servicios sociales y, en general, de todo lo que interesa a la gente común. Las reuniones de urgencia que vemos estas semanas entre los dirigentes europeos, realmente, son de pena. Lo más patético de todo es contemplar a Londres, que antes de ayer, como quien dice, se fue de la UE echando pestes, encabezando a los europeos. El miedo al ruso lo justifica. ¿Pero, realmente, hay indicios de que los rusos planteen un ataque a Europa en su conjunto, cuando no han sido capaces de doblegar durante tres años a un país como Ucrania? 

 

Rusia no tiene demografía ni ejército para lanzarse a un ataque contra el resto de Europa. Tampoco tiene razones geopolíticas para hacerlo, y no existe precedente histórico que avale ese argumento. Más bien al contrario, ha sido Rusia la que siempre ha sido invadida por los pueblos de Europa occidental. Por ejemplo, Napoleón invadió Rusia en 1812. Los británicos y franceses fueron a Crimea a guerrear contra Rusia en 1853. Más tarde, en lo que se conoce como el “Gran Juego”, los británicos fueron a guerra abierta contra los rusos en Asia Central y el Cáucaso. O sea, en las fronteras del imperio ruso y bien alejado de las Islas Británicas. Tras la primera guerra mundial y la revolución bolchevique, una alianza entre Alemania, Gran Bretaña, Francia y EE.UU. participó en la guerra civil rusa, del lado de los rusos blancos, es decir, de los zaristas. Los alemanes invadieron la URSS en 1941 y causaron más de 25.000.000 de muertes y destrucciones indecibles. 

 

Los soviéticos derrotaron a los nazis, y por eso Europa se pudo librar del fascismo de entonces. Los pactos de Yalta y Postdam entre la URSS, EE.UU. y GB dividieron Europa, y los soviéticos dominaron la parte oriental del continente y los norteamericanos la parte occidental. La democracia liberal y el estado del bienestar en Europa Occidental fue posible gracias a que los soviéticos acabaron con Hitler.

 

Los soviéticos dejaron de dominar la parte oriental del continente en 1991, pero los norteamericanos no abandonaron su zona de ocupación. Todo lo contrario, la ampliaron hasta las mismas fronteras de Rusia, rompiendo así la promesa que le habían hecho a Gorbachov de no ampliar la OTAN más al este del continente, a cambio de que la URSS se aviniese a aceptar la unificación de Alemania. 

 

Los rusos nunca han atacado ni invadido Gran Bretaña, Francia, Italia, Grecia, etc. Ni, por supuesto, España. Sin embargo, los franceses sí invadieron España en 1808 y, durante todo ese siglo, su política fue de injerencia permanente en los asuntos españoles, igual que los británicos. Los británicos le quitaron el peñón de Gibraltar a los españoles en 1704 y lo tienen aún bajo su soberanía. Los norteamericanos le quitaron a España Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, y no se hicieron con Canarias porque los británicos no quisieron (ver mi libro:http://riull.ull.es/xmlui/handle/915/39048 ).

 

La neutralidad franco-británica durante la guerra civil española fue, en realidad, un apoyo de hecho a los fascistas de Franco. Los nazis alemanes y los fascistas italianos bombardearon pueblos y ciudades españolas e hicieron posible la victoria del franquismo en la guerra civil. Tras el final de la segunda guerra mundial, los británicos se opusieron a que los aliados entrasen en España y se restaurase la democracia. EE.UU. le lavó la cara a la dictadura desde 1953 en adelante y, la famosa transición con la restauración monárquica fue posible porque así lo quisieron Kissinger y Ford. EE.UU. aún mantiene bases militares en la península de enorme importancia estratégica. Injerencias puras y duras. 

 

En los últimos cuarenta años de historia, ningún país ha sido más agresivo y ha llevado a cabo más invasiones e injerencias que EE.UU., normalmente con el apoyo británico. Por ceñirnos a las últimas décadas, vimos que dinamitaron todo el orden de posguerra en Oriente Medio y el norte de África con guerras en Libia, Siria, Irak, golpe de estado en Egipto y desestabilización permanente de Irán.

 

No, los rusos no tienen planes ni posibilidades de expandir la guerra de Ucrania hacia Europa. Todo lo que te digan al respecto es sólo propaganda para seguir alimentando la maquinaria neoliberal, saquear los recursos públicos y mantener a la gente asustada y dividida.

La migración irregular es nuestro karma




 

Si como dice el hinduismo, el karma, que yo uso como metáfora, es el resultado de una ley que te devuelve lo que has hecho, me tomo la libertad de pensar que la llegada de migrantes irregulares que tanto preocupa a autoridades y sectores de la población pudiese ser perfectamente el pago que hoy hacemos al abandono de los hermanos del Sáhara Occidental hace cincuenta años. 

 

La venta y traición que el Estado español cometió contra el pueblo del Sáhara, del que llegaron a escribir en las leyes que era una provincia española, fue la última felonía del franquismo con el dictador aún vivo, entubado como un cybor, para que aguantase mientras se arreglaban los papeles de la sucesión. Y todo aquello hubiera sido entendible como acto final de una dictadura odiosa, bañada en la sangre de centenares de miles de compatriotas. Pero no se acabó ahí el asunto, y los sucesivos gobiernos del reino, desde Carlos Arias Navarro hasta Pedro Sánchez, han sostenido la llama de la traición bien en alto.

 

Nuestra frontera marítima y africana pudo haber sido una mucho más segura con un Sáhara independiente, como todo el mundo quería que fuese allá por 1975. Todo el mundo menos el Alto Estado Mayor del ejército español, el sátrapa Hasán II, el amigo americano Henry Kissinger y, a lo que se vio un poco más tarde, Felipe González y amigos. Los jefes militares en España pensaron que un Sáhara marroquí protegería a Canarias de la influencia revolucionaria argelina. Tenían una errónea idea que consistía en que desde Argelia se podía crear un corredor revolucionario que atravesaría el Sáhara de la mano del Polisario y colocaría al MPAIAC como punta de lanza del tercermundismo en las Islas. Cubillo nunca tuvo fuerza para que eso ocurriera, y creo que el Polisario tampoco estaba por la labor porque ya tenía bastante con lo suyo. Así que los militares recibieron una información muy deficiente de sus servicios de inteligencia. Hoy a todas luces resulta evidente, pero en 1975 la usaron para entregar la colonia a Marruecos y dejar a los saharauis desamparados bajo las bombas de napalm de Hasán II.

 

A la vuelta de cincuenta años lo que vemos es que Canarias se quedó tirada, enfrentada a un gran problema generado por las migraciones irregulares, que salen de las costas de países con los que hay buenas relaciones diplomáticas. Países en los que, con dinero europeo, engrasamos la máquina de la corrupción pensado que con eso se va a solucionar el problema. Pero el dinero europeo se puede acabar cuando menos lo esperemos. La UE, azotada por los problemas de la geopolítica, está dividida, y quizá al borde del colapso, paralizada por su sumisión a la estrategia imperial de EE.UU. Y si se termina el dinero europeo para poner parches en la zona del noroeste de África y el Sahel, el problema será inabordable desde estas pequeñitas islas y, entonces, el viento azotará con una fuerza nunca vista.

 

Así que botamos de mala manera a los saharauis al desierto y ahora nos llegan decenas de miles de africanos ansiando una vida mejor en Europa. Están en todo su derecho. Pero mucho mejor sería, para ellos en primer lugar, porque son los que mueren por miles en este brazo del Atlántico, si esos flujos fuesen regulados y ordenados por los estados. Y mucho mejor para nosotros porque llegarían aquí a trabajar y cotizarían igual que lo hacemos nosotros y, ademas, enviarían divisas a sus países para contribuir al desarrollo. Así lo hicieron los españoles y canarios  que, obligados por la pobreza, emigraron a América y a Europa  cuando la bota del caudillo oprimía con fuerza el cuello de las clases trabajadoras en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.

 

Nada de eso fue tal como tenía que haber sido. Nunca es tarde para rectificar y hacer las cosas de mejor manera. Sin duda, un Sáhara independiente, con soberanía sobre sus aguas territoriales y con control del extenso litoral de más de 1.000 kilómetros sería una garantía mucho mayor de contención de los flujos migratorios, que las que implementan los gobiernos de Marruecos y Mauritania. Con un Sáhara independiente en frente de nuestras islas, este y otros problemas serían tratados entre dos pueblos amigos y hermanos, encontrando las soluciones de forma más efectiva y rápida.

 

Pero hay una conducta geopolítica española que prima sobre los intereses de los canarios y de los saharauis, y son las incomprensibles relaciones de dependencia que se tiene respecto a Marruecos, en donde parece ser que el país con más poder es el reino alauita (país subdesarrollado) y el que se pliega es la decimoquinta economía del mundo, miembro de la OTAN y, por tanto, de los países más importantes de la zona occidental del globo. El régimen marroquí no es de fiar, te la juega a la primera de cambio, como todos sabemos. Y Mauritania es un país desbordado por su inmensidad, su escasa población y su pobreza lacerante. Por ahí no hay solución.

 

 

El triunfo del comunismo chino





Shanghai es mucho más impresionante que NY y le triplica la población


Cuando la URSS y con ella la Europa del este se vino abajo se anunció a bombo y platillo el fin del comunismo, y se nos dijo que el capitalismo neoliberal era el final de la historia. Ufanos y envalentonados los capitalistas comenzaron los recortes de los históricos derechos sociales y económicos que se habían logrado implementar en Europa occidental y, a su manera, en EE.UU. El final del comunismo en Europa se utilizó para desmontar el estado del bienestar de postguerra, y entronizar al capital como amo y señor del mundo. Aquello coincidió con la transición de un capitalismo productivo e industrial hacia un capitalismo financiero y especulativo, que llamamos el neoliberalismo. El viejo mundo se vino abajo, no solo en la URSS sino también en el planeta keynesiano.

Alabaron a Gorbachov como artífice de tal hecatombe y condenaron a Deng Xiaoping por no haber seguido su ejemplo. Pero los chinos tenían su propia hoja de ruta, que no coincidía con la hoja de ruta de Wall Street ni de Washington. Los capitales norteamericanos y occidentales optaron por las deslocalizaciones de sus empresas hacía China con la intención de exprimir las ganancias a costa de la explotación de la mano de obra china, pero también de la desindustrialización de sus propios países. Nunca fue tan cierto como en ese momento aquella frase de Marx de que el capital no tiene patria.


Pero los comunistas chinos tenían su propio plan, que consistía en dejarse penetrar por el capital norteamericano hasta alcanzar un nivel óptimo de desarrollo económico y tecnológico. Y así se hizo. Cuando China fue admitida en el seno de la Organización Mundial de Comercio en diciembre de 2001 la historia comenzó a cambiar. China seguía siendo entonces el taller del mundo, pero ya estaba comenzando a ser el principal país industrial e iniciando una carrera de éxito hacia un desarrollo tecnológico sin precedentes por la rapidez y el alcance logrado.


Entonces China dejó de ser una colonia de mano de obra barata para las industrias occidentales deslocalizadas en la propia China, y bajo la dirección del PCCh en dos décadas se situó como segunda potencia económica mundial, y en este último quinquenio se desarrolló de manera aun más vertiginosa. EE. UU. teme a China y tiene razón para temerla, porque China se ha convertido en una potencia global y su economía tiene un dominio casi absoluto en la propia Asia, pero también, y esto es muy importante, en África y en Latinoamérica. 


EE.UU., que siempre ha contemplado su política exterior desde la óptica de suma cero, es decir, lo que no les pertenece a ellos es enemigo de ellos, ya siente que su país va a ser relegado como potencia hegemónica única, y va a tener que pelear su lugar bajo el sol con otros países emergentes, en primer lugar, China. Sin duda EE.UU. seguirá siendo una potencia global, pero no será la única potencia global, posición que ha disfrutado desde la caída de la URSS en 1991.


El enemigo ahora no es un sistema poderosamente militar con una economía en ruinas, sino un comunismo con una economía muy solvente que ya supera a EE.UU. en multitud de datos macro y microeconómicos.


El papel del Estado es fundamental en todo ello. La política gobierna a la economía en China al contrario que en la UE y en EE.UU. en donde son los oligarcas financieros los que gobiernan a la política. Y, por cierto, en este sistema de oligarcas financieros la democracia brilla tanto por su ausencia como en cualquier otro sistema.


El sector público representa entre el 80 y el 90% en las áreas estratégicas de la industria pesada, la energía, las infraestructuras, el armamento y funciona bajo la directriz de un plan quinquenal. Además, el Estado posee el 55% del capital de todas las empresas. 17 de las 20 primeras empresas son estatales. Los cuatro bancos más grandes del mundo son bancos estatales chinos. En la economía del conocimiento los chinos van a la cabeza de todos los países incluido EE.UU. El 70% de los ingenieros de las empresas norteamericanas son chinos y trabajan temporalmente en California, pero retornan a su país al cabo de unos pocos años. El chino medio cobra en términos de paridad de poder adquisitivo 21.250 $, por los 7 mil que se gana en India.


La esperanza de vida es de 78,2 años, por encima de la de EE.UU. que es de 76,1. La tasa de escolarización en primaria es del 100% y del 97% en secundaria. La OCDE estimó en 2018 que el sistema educativo chino es el mejor del mundo. El 90% de las familias urbanas son propietarios de su vivienda, y en el campo son el 100%. En EE.UU. es el 64%. El seguro de atención médico alcanza al 95% de la población. Nadie se queda tirado a la puerta de un hospital por no tener seguro médico como le ocurre en EE.UU. a decenas de millones de personas. La mayoría de los medicamentos que se consumen en el mundo están fabricados en China. El 41% de los ingredientes farmacéuticos acticos (APIs) están fabricados en China (EE.UU. el 3%).


Una industria de alta tecnología como es la de los teléfonos inteligentes tiene en China un ejemplo alternativo a seguir, para desmontar el poder de los oligarcas de Apple, de X y de los otros mastodontes del capital hipercentralizado que gobierna en el mundo occidental. Se trata de la compañía de telefonía Huawei, ante la que se conjuran todas las fuerzas de la oligarquía estadounidense, porque esta compañía es puntera tecnológicamente, pero funciona con criterios democráticos mucho más solventes que las norteamericanas. Huawei tiene 150.000 trabajadores lo cuales controlan el 98,6% de las acciones, siendo el restante 1,4% de la dirección de la empresa. El paquete de acciones de los trabajadores no se puede vender en el mercado.


China está a la cabeza en la implementación de acciones para contener el cambio climático, mientras los norteamericanos acaban de poner a un presidente negacionista con ínfulas imperiales medio analfabeto, rodeado de una cohorte de iluminatis que van amenazando al mundo, aliados y enemigos, hasta veremos dónde.


El triunfo de China, su ascenso y su proyección mundial no es sólo el triunfo del comunismo, sino una de las últimas esperanzas de poner en su lugar a la oligarquía guerrerista occidental.

Al-Qaeda toma el poder en Siria

 

«Netanyahu y Siria» de Mahmoud Rifai 

La llega al poder de los fundamentalistas islámicos es una mala noticia para los pueblos de la zona, para Europa y para el Magreb, y es una buena noticia para Estados Unidos, Israel y Turquía. Trump dijo que su interés en permanecer en Siria está motivado por seguir controlando el petróleo que se produce allá, y que no tiene intención de dejar de seguir explotándolo. Israel, lo estamos viendo, ampliará sus fronteras a expensas de Siria y, quizá, de El Líbano, además de la ocupación total de Gaza y la expulsión de los palestinos de Cisjordania. Turquía neutralizará a los kurdos del norte de Siria y ocupará la zona para impedir el contagio independentista sirio-kurdo en los kurdos-turcos. Rusia desaparece de Siria y pierde sus bases militares. Irán queda aislada y señalada como el último gran objetivo que los norteamericanos se trazaron a comienzos de siglo XXI, en su interés de remodelar todo el Oriente Medio y el Asia Occidental. China piensa que la extensión de la ruta de la seda es suficiente para competirle la hegemonía a EE.UU. Está totalmente equivocada. Abrir muchas tiendas y bazares chinos no va a cambiar las relaciones de poder mundial que se basan, sobre todo, en el poder militar. Los BRICS+ son una asociación demasiado heterogénea incapaz de hacer frente al hegemonismo de EE.UU.

 

Los salafistas son el resultado de la bancarrota del nacionalismo árabe. La modernización del mundo árabe quedó frustrada debido a las políticas injerencistas de las potencias occidentales, y a la permanente crisis generada por el estado de Israel, manteniendo en la zona una guerra continua desde 1948 hasta la actualidad, gracias al apoyo de las potencias occidentales.

 

Ahora cayó una dictadura moderna, del siglo XX, en Siria, para que se instaure un califato (dictadura salafista) propio de la época medieval. Siria se podrá ver en el espejo de Libia, pero aumentado, por población y complejidad. Y el nuevo poder va a extender su influencia oscurantista y guerrerista, posiblemente, hacia tierras del Asia Central y, seguro, hasta el Magreb. Si ya el problema del yihadismo es preocupante en la zona del Sahel, este nuevo oxígeno insuflado al salafismo ampliará su influencia en los países del norte de África, nuestros vecinos, y a sus agentes durmientes en la UE. Marruecos, Argelia y Túnez deben estar poniendo ya sus barbas en remojo al ver las de sus vecinos ardiendo.

 

La UE, con su imbecilidad creciente, verá crecer aún más las tendencias oscuras de la extrema derecha cristiana, y fomentará la xenofobia y el racismo, quedándosenos un bonito siglo XXI en el que, como si estuviéramos en el siglo XI, las fuerzas de los cruzados racistas y xenófobos se enfrentarán a las del oscurantismo salafista medieval.  Empatados en machismo, misoginia, odio a la diversidad cultural y favorecedores del neoliberalismo, negadores de la ciencia y fanáticos religiosos, cada uno con su dios, nos van a acorralar a los que nos sentimos hijos de la ilustración y el humanismo.


La crisis del mundo árabe deriva de su fracaso en la modernidad, y mientras los pueblos árabes no entiendan la necesidad de llevar a cabo una reforma profunda asentada sobre el racionalismo y el laicismo, van a seguir dando vueltas buscando respuestas a los problemas del siglo XXI en saberes anclados en el siglo VII de la era. Los occidentales, llenos de miedos por las incertidumbres que los rodean, no tendrán otra propuesta que el uso del brazo militar, que tarde o temprano se virará contra ellos también

El Líbano en el punto de mira


 



El Líbano es un país del levante oriental que ha transitado por una historia compleja y turbulenta. Sus hijos se han visto obligados a la migración de manera persistente. Es un poco más grande que las Islas Canarias. Sólo tiene 10.000 km2. Su población interna asciende hoy a cinco millones y medio de habitantes. En la emigración viven, aproximadamente, entre diez y quince millones, sumando a los hijos de primera generación nacidos en el extranjero. La gran mayoría de estos migrantes viven en el continente americano, desde Canadá hasta Chile.

 

Estuvo ocupado por el imperio otomano desde el siglo XVI hasta 1918, cuando tras la caída de la Sublime Puerta al finalizar la I Guerra Mundial pasó a manos de Francia, configurándose como un mandato francés, igual que Siria. Los otros territorios otomanos de Oriente Medio se convirtieron en colonias británicas. En 1943 el Líbano accedió a la independencia y se constituyó como república. Los franceses marcaron su devenir creando una división confesional en la distribución del poder, por medio de la cual los cristianos, que entonces era la minoría mayoritaria, iban a ocupar la presidencia de la república, los sunitas se encargarían del cargo de primer ministro, y los chiitas presidirían el parlamento. Los códigos civiles de cada comunidad regularían su vida interna. Además de esas tres comunidades principales existen una cuantas más como los drusos, greco-ortodoxa, greco-católica melquita, armenia ortodoxa, armenia católica, sirio-ortodoxa, sirio-católica, asiria, caldea, copta ortodoxa, protestante y así hasta dieciocho. 

 

Debido a no haber resuelto convenientemente el problema de la construcción del estado-nación, las interferencias confesionales han sido fuente de conflicto y desavenencias de manera recurrente. La nación ha estado cortocircuitada por las creencias religiosas, y si esta distribución alguna vez sirvió de algo, hace ya muchas décadas que se ha convertido en un problema estructural. El sistema político libanés ha funcionado siempre como una democracia confesional (concepto realmente contradictorio). A pesar de que la demografía ha cambiado y la población musulmana es hoy mayor que la cristiana, sigue imposibilitada de acceder a la presidencia de la república por mandato constitucional. El sistema ideado por los franceses premió a la comunidad cristiana como principal interlocutor para su influencia.

 

La guerra civil que tuvo lugar entre 1975 y 1990 fue el punto paroxístico al que llevó el invento de la democracia confesional. La guerra estuvo también inflamada por la presencia enorme de los palestinos desplazados por Israel, que aumentaron la población musulmana en cerca de medio millón de personas después del inicio de la Nakba palestina en 1948. La caldera explotó el 13 de abril de 1975 dejando un saldo de más de 120.000 muertos, un millón de desplazados y miles de lisiados. Los sirios y los israelíes participaron apoyando a bandos enfrentados. Israel finalmente ocupó todo el sur del país y cercó Beirut entre los meses de junio y agosto de 1982 bombardeando de manera masiva la capital. Los palestinos y la izquierda libanesa fueron derrotados. En septiembre se produjeron las matanzas de refugiados palestinos en los campos de Sabra y Chatila en el corazón de Beirut. Ariel Sharon, en aquel entonces ministro de defensa de Israel y, posteriormente, primer ministro, estuvo al mando del operativo.

 

De la derrota de la izquierda libanesa y palestina, que representaban respectivamente el Movimiento Nacional Libanés (MNL) y la Organización para la Liberación de Palestina, surgió una nueva forma de activismo antisionista y antiimperialista dominado por el confesionalismo religioso. De ahí surge Hezbolá en el Líbano y Hamas en Palestina. La izquierda nacionalista fue desplazada del centro del escenario por organizaciones confesionales. Al comienzo de ese cambio fundamental, a Israel no le preocupó que, en el sur del Líbano, zona controlada militarmente por ellos, se desarrollara ese tipo de organizaciones de nuevo cuñó, cuando no la alentó, para debilitar el frente árabe. Lo que no obsta para que finalmente el experimento se le volviese en contra, exactamente igual que le ocurrió a los EE.UU. con Al Qaeda.

 

Tras la finalización de la guerra civil el Líbano entró en una fase de reconstrucción de sus infraestructuras y ciudades, las cuales habían quedado seriamente dañadas tras quince años de guerra. Sin embargo, la situación económica no mejoró para la mayoría de la población, y la desestabilización política e intracomunitaria siguió operando, aunque en una escala más baja. Las políticas de austeridad exigidas por los capitales internacionales terminaron ahogando a la población y fueron contestadas en 2019 por un movimiento masivo de protesta intercomunitario. 

 

Tras la pandemia y el reflujo, en parte, de este movimiento, se entra en un periodo de inestabilidad institucional grave. En los años sucesivos hay verdaderos problemas para la elección de los cargos de presidente de la república y de primer ministro, que paralizan el normal, aunque corrupto, funcionamiento de la vida institucional. Desde su nacimiento Hezbolá se convirtió en un organismo multifuncional (partido político, milicia, y operador social) con un gran poder dentro del país. Su brazo militar logró la expulsión total de Israel del sur del Líbano en el año 2000. Seis años después se produjo una nueva guerra de Israel contra el Líbano, pero sin ocupación. La nueva táctica israelí fue el bombardeo masivo con la aviación.  La guerra terminó con la vida de 1.300 libaneses y de 165 militares israelíes, además de con centenares de miles de desplazados libaneses.

 

El genocidio israelí de estos días, que se está llevando a cabo en la parte Palestina de Gaza, tuvo como respuesta una calibrada presión ejercida por Hezbolá en la frontera norte de Israel, con el objetivo de aflojar la virulencia de las matanzas que Israel acomete sobre los palestinos. Netanyahu, en su huida hacia delante, lanzó un operativo masivo de bombardeo contra el Líbano que terminó con un sonado triunfo sobre la dirigencia de Hezbolá, pero no con su derrota. Ahora Israel lleva semanas intentando una incursión en el sur que le está costando un número significativo de bajas militares y un empantanamiento sobre el terreno. 

 

La guerra de estos días es mucho más mortífera porque los avances tecnológicos experimentados por la industria militar han aumentado considerablemente el poder letal de la aviación. Este recurso es privativo de Israel que, además, cuenta con el apoyo decisivo de EE.UU. Gran Bretaña, Francia y Alemania. No obstante, la determinación de los combatientes libaneses y palestinos son un escollo de primera magnitud con el que debe enfrentarse Israel y sus ricos aliados occidentales y los de la zona, como Jordania y Egipto.

 

Cuando estos trágicos días terminen el Líbano deberá recomenzar una nueva reconstrucción de sus infraestructuras masivamente dañadas y destruidas. Los pueblos del sur, importantes zonas de Beirut, pueblos y ciudades del centro y el norte han sido gravemente devastadas. El sistema político libanés cuestionado mayoritariamente por la población, como quedó de manifiesto en 2019, tiene ahora una buena oportunidad para reinventarse dejando atrás de manera definitiva los condicionantes del colonialismo franco-occidental.

 

Sin embargo, no lo tendrá nada fácil porque el país está encadenado a toda la desestabilización de la zona. La guerra civil en Siria originó el desplazamiento de un millón y medio de refugiados hacia el Líbano, una cifra realmente impresionante para un país de cinco millones de habitantes, a los que hay que sumar medio millón de palestinos, que llevan décadas en campos de refugiados en ese país. (Lo que se llamó en Europa la crisis de los refugiados en la década pasada se movía en esa cifra, para una UE de 450 millones de habitantes, y trajo como consecuencia el ascenso de los partidos de extrema derecha en todo el continente).

 

Por otra parte, su vecino del sur es un estado gamberro, intervencionista y siempre dispuesto a desestabilizar. Israel tiene afanes expansionistas y no cierra su delimitación de fronteras a la espera de poder seguir conquistando tierras y creciendo. Junto con Marruecos es el único país del mundo que aún no tiene sus fronteras perimetradas. De manera recurrente Israel comete acciones de falsa bandera y ataques encubiertos dentro del Líbano, cuando no bombardeos o vuelos rasantes para atemorizar a las poblaciones del sur con total impunidad. No ahora con la guerra abierta, sino a lo largo de las décadas precedentes.

 

Los norteamericanos y los franceses se creen con derecho a intervenir y condicionar las políticas en el Líbano, y no respetan ni la voluntad ni la soberanía de los libaneses. Condicionan la formación de su gobierno y su economía, chantajeando para que se implementen sus políticas, y favoreciendo la permanencia de una clase política corrupta y desprestigiada, para influenciar más fácilmente en la toma de decisiones.

 

Cualquier país sometido a toda esa serie de condicionantes se vería en las mismas, o peores condiciones, en las que se ve el Líbano para poder sacar adelante un estado viable que dé respuestas a las demandas de su sufrida población.

 

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Post scriptum: No creo que la tregua anunciada entre Israel y el Líbano tenga mucho recorrido. Ojalá me equivoque.

 

 

Coalición Canaria y la ley de residencia


Tras la manifestación del 20 de abril y de que la ciudadanía movilizada pusiera en la agenda el problema del límite de Canarias, las organizaciones políticas han querido responder de manera indirecta a este emplazamiento, y una de las formas ha sido sacando a la palestra la ley de residencia. El PSOE ha despejado balones fuera con el argumento de que una ley de residencia es inviable en el ordenamiento jurídico español y europeo, dando la sensación de que su candidato a Europa representa a la burocracia europea en las islas, en vez de representar a las islas ante la burocracia europea. El PP-VOX han dicho que son muy españoles y mucho españoles, según inolvidable sentencia mariana. La izquierda, extraparlamentaria por méritos propios, vuelve a ser irrelevante en las islas, con lo cual da igual lo que diga o deje de decir. Nueva Canarias y CC sí han entrado al trapo con esta ley. Ambas organizaciones aducen que es necesario regular la población residente. Estaría por ver el planteamiento completo que proponen.

 

El tema de la ley de residencia no es una invención de ahora. En los años 80 y 90 eran los minoritarios grupos independentistas los que la planteaban. Estaba focalizada en contener la llegada de “godos”, porque se tenía la impresión de que estas personas venían a las islas a ocupar los puestos más relevantes en la administración (mandos de las fuerzas armadas, la policía, judicatura, hacienda, en parte, en la educación y sanidad) o en los puestos ejecutivos de la banca, la hostelería o, incluso, en los sectores mejor remunerados de la construcción. El argumento era que los canarios no estaban preparados para desempeñar esas funciones. Se mantenía la inercia propia del proceso de españolización de las islas iniciado tras la pérdida de Cuba y Puerto Rico en 1898. Una administración “llena de godos” contrastaba con los canarios trabajando en los puestos peor remunerados y de baja cualificación. Una foto blanco sobre negro de la permanencia del colonialismo. Hoy, el problema no ha hecho sino agravarse, porque se produce una sustitución creciente de población canaria en todas las actividades por la llegada masiva de trabajadores no canarios y, cuanto más crece la economía y la población, más pobreza y exclusión soporta la población nativa. En el informe de 2023 de la European Antipoverty Network se subraya que el 36% de la población (787.000 personas) está en riesgo de pobreza y exclusión.

 

La izquierda no nacionalista de entonces denostaba reivindicar una ley de esas características, porque confiaba en que la mano invisible del mercado regularía la población. ¡Dirigentes marxistas usando a Adam Smith! Si se dejaba de construir hoteles y de demandar mano de obra cualificada, se regularía de forma automática la inmigración peninsular. La izquierda estatal tenía miedo a que la llamaran racista. Y, dicho sea de paso, a cierta izquierda nacionalista le asustaba también que le colgaran ese sambenito, y usó el mismo argumento que la izquierda de matriz centralista.

 

Ahora todo el mundo observa que la cosa se ha ido de madre. El eco de esta demanda en 2024 no es de cuatro gatos sino de decenas de miles, o centenares de miles de canarios. No es un asunto ideológico, de nacionalistas, sino de pura supervivencia en condiciones razonables en estas islas, sin importar el sentimiento nacional que se encuentra detrás de cada persona. Hoy tiene que ver con defender el territorio, el espacio que habitamos. Para entender la dimensión del asunto pensemos que si la España peninsular tuviera nuestra densidad de población tendría 270 millones de habitantes.

 

¿Pero es creíble la propuesta que hace CC? El alcalde de Santa Cruz salió en prensa hace unos días diciendo: “Hay que limitar la llegada de residentes a Canarias” porque la situación se ha tornado insostenible, adujo. Y, además, añadió algo totalmente sorprendente para venir de uno de los jefes de CC, “No hay más posibilidad que limitar la residencia, tanto de personas de Europa, incluido el territorio español como de oriundos de Sudamérica”. Quitando que lo de oriundo suena a aquellos futbolistas que se fichaban antes de la ley Bosman, que permitió que se tuviese un equipo totalmente lleno de extranjeros tipo Real Madrid, lo más llamativo de la frase es: “incluido el territorio español”.  Esta frase abre algunos interrogantes. El primero sería cómo se la venden a los muy españoles y mucho españoles del PP con el que gobierna, y a sus socios de VOX. Además, qué pensarán sus amigos de la capitanía general, y todo el universo ultraespañolista conformado por policías, jueces, empresarios y periodistas que son un apoyo considerable para CC.

 

Esto es un lobby muy poderoso en Tenerife y, de manera particular, en Santa Cruz, con mucha capacidad para marcar de cerca las políticas insulares. CC no ha tenido ni el valor ni la voluntad de cumplir con la ley de memoria histórica y, presionado por esos lobistas, mantiene en pie las horripilantes muestras simbólicas del fascismo en la isla. ¿Quién puede creer que defenderá contra viento y marea una propuesta que es, en el fondo, un torpedo en la línea de flotación del nacionalismo español en las islas? Es difícil comulgar con esas ruedas de molino. A una llamada al orden de los poderes fácticos, los jefes de CC se cuadrarían como disciplinada tropa.

 

El humo de las campañas electorales se disipa pronto. Una ley de residencia es un trabajo serio y persistente en el tiempo. No veo a CC en esa tarea, pero la tarea es urgente acometerla.

Gadafi y la república unida de Canarias y el Sáhara occidental



Hay un documento de la CIA de 1987 que recoge una entrevista realizada por Randa Takiedine a Muamar el Gadafi, al parecer publicada por el diario El País en enero de 1987. Como para entrar a la hemeroteca digital del periódico madrileño hay que estar suscrito y pagar cuota, me mantengo en la información que hace pública, sin coste de suscripción, la conocida agencia norteamericana.

 La periodista le inquirió al coronel que si su propuesta de unificación del Sáhara Occidental y Canarias como república independiente era motivada por una reacción de Libia a la ruptura de los acuerdos de Oujda que Marruecos acababa de abandonar. Se interesaba la periodista por saber si esa declaración de Gadafi era el anuncio de un nuevo y renovado apoyo al Frente Polisario, o estaba motivada por el cambio de posición de Marruecos en su alianza con los libios. 

Gadafi negaba que su declaración fuera el resultado de una nueva estrategia, y lo que sí planteaba era que una república democrática al sur de Marruecos entre Canarias y el Sáhara sería un apoyo al movimiento revolucionario en el Magreb, que favorecería el aislamiento del régimen pro-sionista y pro-estadounidenses de Hasan II. Gadafi no veía opciones de triunfo en un movimiento saharaui con una base demográfica tan escasa, pero sí lo veía si el Polisario y los independentistas en Canarias aunaban esfuerzos para la consecución de un estado independiente. Gadafi era de la opinión de que Argelia haría esfuerzos positivos en ese sentido. 

Para Gadafi, la ecuación canaria en la jugada era clave y se apoyaba en derechos históricos, dado “que después de todo, los habitantes de las Islas Canarias son inmigrantes procedentes del Sáhara” y esto hace que España no tenga ningún derecho sobre estas islas.

Como la periodista insistía en la posibilidad de que el renovado interés de Gadafi en el tema del Sáhara se debiera a la ruptura de los acuerdos de Oujda por parte de Marruecos, el coronel comentó: “No, nunca renuncié a la idea de un referéndum por parte del pueblo saharaui. Incluso declaré frente a la Unión Árabe-Africana el derecho de ese pueblo a la autodeterminación”. 

Gadafi daba por descontado que Marruecos rompería el acuerdo “¿Cómo podría ser posible que un soberano reaccionario y feudal creara una unión duradera con Libia? Las contradicciones entre nuestros dos sistemas son demasiado grandes. Además, le dije al rey Hassan: Los Estados Unidos e Israel no te permitirán operar de esa manera conmigo. Respondió que era el único maestro de sus decisiones. Ahora está claro que no fue así. Le ordenaron que pusiera fin a esta unión, y él rompió sus compromisos con Libia”.

La posibilidad de una federación canario-saharaui la había planteado en 1976 el movimiento de independencia de Canarias, cuando la segunda ola de las independencias en África estaba en pleno desarrollo tras la caída de la dictadura portuguesa en 1974, y su expulsión de las colonias de Cabo Verde y Guinea-Bissau, Mozambique y Angola, reactivaba el fuego, aún en llamas, de las luchas de los pueblos africanos.

Pero en 1987 la idea de Gadafi no tenía ninguna posibilidad de prosperar, e inmediatamente el representante del Polisario se desmarcó de cualquier aventura en ese sentido. Seguramente que, en 1976, con un aparato de estado en España traumatizado por los acontecimientos de cambio de régimen, el efecto de la propuesta hubiera puesto nervioso a más de uno, aunque la maniobra, de todos modos, no hubiera salido adelante, pero en 1987 el Estado español se había recompuesto plenamente, ya había entrado en la OTAN y en el Mercado Común Europeo, y el movimiento independentista en las islas se había reducido a su mínima expresión política. Era un momento realmente malo para llevar a cabo la idea del coronel.

Agresores y agredidos a la luz de la historia

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