La institución militar conocida como Capitanía General de Canarias, ha sido históricamente un lastre tremendo para el normal desarrollo de la democracia en la ciudad, la isla y el archipiélago. Lugar de destino de peligrosos deportados, que luego tramaron desde aquí ignominiosas gestas, fue antes de eso, también, un centro de acogida de los militares españoles que gobernaban las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. A medida que España iba replegándose como potencia colonial, Canarias, “el codiciado archipiélago que nos queda en las soledades del atlántico”, al decir del militar granadino Ruiz Aguilar, iba convirtiéndose en el último lugar de recepción de unos militares a los que ya no querían en ningún lado. Y, así, en ese recular incesante, caímos en ser el destino, parece que eterno, del más infame de todos los militares españoles expulsados de las colonias en el siglo XIX. Era Valeriano Weyler, y su nombre permanece clavado en la plaza principal de la ciudad como castigo imperecedero para los habitantes del lugar.
Hay un poema del venerable Nicolás Estévanez y Murphy que lo retrata de forma inmejorable: "Mirada de reptil, cuerpo de enano, / instinto de chacal, alma de cieno, / hipócrita, cobarde, vil y obsceno, / como el más asqueroso cuadrúmano. / Azote un tiempo del país cubano, / a todo noble sentimiento ajeno, / hasta el mismo Satán convierte en bueno / esa excrecencia del linaje humano. / Ruinas, desolación, hambre y miseria / las obras son que a ejecutar se atreve / ese montón de vil materia. / ¡Y a un monstruo tal, con intención aleve, / el Gobierno de Cuba encarga Iberia / al acabar el siglo diez y nueve!”.
Ya ven, Nicolás Estévanez, lo conocía bien. Militar que también estuvo en Cuba, coetáneo del depravado Weyler, y conocedor de las atrocidades que este cometió en la guerra de independencia de la gran antilla, nos advierte acerca de a quién glorificamos poniendo su nombre en un lugar simbólico de la ciudad.