Algunas cosas parece que no terminan de cambiar nunca. El nacionalismo español es poco democrático y permanece anclado con tics de violencia estructural. Sólo basta una pasada por las hemerotecas para leer como los militares españoles a poco que determinadas reclamaciones periféricas se concreten, se muestran prestos a desenfundar y poner orden. ¡Y ya han pasado cuarenta años desde que Franco muriera! Lo último sonado fue cuando el presidente Zapatero tuvo que pedir a Bono que silenciara los ruidos de sable ante la aprobación del estatut de Catalunya en 2010.
Me viene a la memoria el asunto porque el 19 de junio, ante la concentración convocada en el Parlamento Canario para manifestar rechazo a la ley electoral, un grupo de gente de diversas tendencias se habían reunido en el lugar. Políticos de toda la vida junto con los denominados emergentes se dieron cita. Lo curioso del asunto fue que a los únicos que les molestó que una señora mayor portase la enseña nacional canaria fue al grupo de personas del partido que dicen de centro, Ciudadanos.
Como esto es pequeño y aquí nos conocemos casi todos, (por cierto, a estos de Ciudadanos no los he visto en la vida, y miren que llevo años asistiendo a concentraciones, manifestaciones y actos similares) lo cierto es que una histórica militante del sindicalismo nacionalista y de los movimientos sociales de Santa Cruz y de Tenerife, portaba tan alegremente su bandera canaria, cuando un grupo de exaltados centristas de Ciudadanos rodean a la señora, que tenía edad como para ser la abuela de ellos, y le inquieren, de malas maneras, que retire esa bandera, porque dicen, estamos en España.
Por supuesto, que la señora no hizo tal cosa y, por el contrario, los mandó a freír chuchangas. Muy bien mandamos por cierto. Uno sabe que esta gente no es de extrema derecha, como algunos piensan. Sin embargo, viéndolos allí con esa actitud, entre la mala educación y la chulería, trajeados y con el pelo engominado, el recuerdo que me vino a la cabeza, en el plano visual, por supuesto, fue el de los militantes de Falange de finales de los setenta y la década posterior.
Más allá de todo esto el hecho relevante es la ignorancia mostrada por estos centristas. Deberían de saber a estas alturas de la democracia que en Canarias existe un estatuto de autonomía, que dota de leyes y símbolos a las instituciones y que proclama que este archipiélago es una nacionalidad, cuya enseña es la bandera tricolor que, por cierto, ondea en el Parlamento al que esta gente aspiró a entrar.
El nacionalismo españolista es tremendamente violento e intolerante, y no estaría de más que este nuevo centro aprendiera a convivir con la diferencia cultural y nacional que alberga el reino de España, y deje atrás la cultura del uniformismo de la vieja extrema derecha española.