Los pueblos del Sahara Occidental y de las tierras de la Palestina histórica, sufren desde hace décadas una ilegal ocupación, persecución de sus habitantes, torturas, asesinatos masivos algunas veces, selectivos otras, acometidos por los aparatos del estado y por grupos incontrolados, bajo la observancia y, en muchas ocasiones, la anuencia del propio Estado ocupante. Palestina fue arrebatada originariamente a sus legítimos pobladores en 1948, en la primera guerra árabe israelí. Luego comenzó lo que el historiador Ilan Pappe denomina la limpieza étnica que llega hasta nuestros días.
En el Sáhara Occidental, tras la traidora retirada y venta del territorio en 1975, la administración española dejó a sus antiguos nacionales tirados en el desierto, a merced del napalm lanzado por la aviación marroquí, adiestrada por Francia e Israel, para dar comienzo así a una guerra de ocupación que llega hasta nuestros días. España, parapetada tras su insignificancia en el concierto de las potencias, se muestra incapaz de hacer nada por la resolución de este conflicto que ella ayudó a originar. Las promesas incumplidas del gobierno de Felipe González, su alineamiento con Marruecos, dejó claro, a comienzo de los años ochenta del siglo pasado, que la diplomacia española en democracia iba a ser continuista de la diplomacia del ultimo franquismo.
Esto para los saharauis fue demoledor. Si un gobierno socialista en España se desentendía de ellos, y priorizaba sus relación con Marruecos, ya no había nada que esperar de España. Ningún otro gobierno de Madrid asumiría el reto de poner fin a la injusta ocupación marroquí.
La monarquía alauita se sucedió en la figura de Mohamed VI. Hassan II, el implacable rey de Marruecos que reinó con mano de hierro desde 1961 hasta 1999, fue visto siempre como un impedimento para la solución del conflicto. Su aventura expansionista hacia el sur no podía ser frenada tras décadas de discursos ensalzando el nacionalismo expansionista marroquí, y enrocándose en su idea de que el Sahara Occidental era una provincia del reino. Argumento desmentido por el derecho internacional y por resoluciones de NN.UU. que, sin embargo, el monarca desoyó. Su reino de terror, de mazmorras medievales, en las que se pudrió buena parte de la disidencia política marroquí, albergó los presos más antiguos del continente africano, hazaña sólo comparable a lo sucedido en las cárceles de la Sudáfrica del apartheid.
Su hijo, en lo referente al Sahara Occidental, no se ha movido un ápice de la posición heredada. Pero ha tenido que hacer frente a una nueva realidad, que su padre no tuvo que afrontar. El despertar del movimiento de resistencia en los territorios ocupados ha venido a complementar la lucha en el desierto llevada a cabo por el Frente Polisario. Desde el alto el fuego de 1991 y la creación de la MINURSO, el conflicto de manera paulatina se ha desplazado desde los campos de Tinduf a los territorios del Sahara ocupado. En estos últimos 24 años la confrontación giró desde una guerra abierta a un movimiento de protesta civil, muy parecido a lo ocurrido en Palestina con la denominada Intifada de 1987 y posteriores.
En este nueva fase, nuestras islas no son sólo un territorio de acopio de ayuda humanitaria para la causa saharaui, como a finales de los setenta y en los ochenta, cuando se enviaba gofio, material escolar y otras mercancías, sino que estamos siendo un escaparate del conflicto, como se vio con el caso de Aminetu Haidar en 2009 y ahora con la lucha de esta madre saharaui, Takbar. Ambos acontecimientos vividos en dos de nuestras islas. Quizá este camino produzca mejores resultados que los anteriores. En Canarias los saharauis siempre van a encontrar el apoyo y el cariño de los isleños y, nuestras Islas, potencia turística mundial, pueden servir como proyección internacional de este enfrentamiento injusto e interminable.
Es de justicia acabar con las ocupaciones de Palestina y el Sahara Occidental. Los primeros beneficiados serían los habitantes de Israel y de Marruecos.