Mariano de Santa Ana
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Si la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 se hubiese prolongado unos meses más, es altamente probable que Canarias se hubiese convertido en una posesión norteamericana. Durante aquella contienda, en la que España perdió sus posesiones ultramarinas de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, el temor a una invasión del Archipiélago por parte de la que entonces despegó su trayectoria hasta convertirse en la primera potencia mundial, hizo cundir el pánico en las Islas. De todo ello habla el historiador Domingo Garí en El expansionismo norteamericano a las puertas de Canarias en 1898 (Le Canarien Ediiones, 2019), un libro que combina el rigor investigador con una narración trepidante que hace difícil separarse de sus páginas hasta la conclusión de la lectura. Garí, profesor titular de Historia en la Universidad de La Laguna y autor, entre otros libros, de La ONU, Canarias y las descolonizaciones africanas; Geopolítica, nacionalismo y tricontinentalidad y El caso Bartolomé García Lorenzo, aborda en esta entrevista algunas de las cuestiones que centran las páginas de su última obra.
Para empezar le pido algo que no entusiasma a los historiadores: un ejercicio de historia contrafactual. Pongamos que tras la guerra hispano-norteamericana de 1898, Canarias pasa a convertirse en posesión de Estados Unidos. ¿A cuál se asemejaría más su estatus político, al de Cuba, al de Puerto Rico o al de Filipinas?
El tema que propone en su pregunta es interesante para escribir una novela ucrónica. Pienso que por nuestras similitudes territoriales y demográficas nos hubieran tratado igual o de manera muy parecida a Puerto Rico.
Por qué por nuestras similitudes territoriales y demográficas con Puerto Rico ¿Le importa abundar en ello?
De los tres archipiélagos que se encontraron en medio de la guerra, dos son claramente muy distintos del canario. Filipinas salta a la vista, contaba en 1898 con 7.832.719 habitantes, y tiene una superficie de aproximadamente 300.000 km2, está compuesto por 7.107 islas. Por su parte, Cuba tenía una población de 1.572.797 habitantes sobre una superficie de 109.884 km2. Es un archipiélago compuesto por dos islas mayores, la propia Cuba y la Isla de Pinos, esta última con una superficie similar a la de Tenerife. Además tiene 4.000 islas, isletas y cayos. Canarias entonces tenía una población de 339.203 habitantes sobre una superficie de 7447 km2. Por su parte, Puerto Rico tenía una población de 953.243 habitantes, distribuidos sobre una superficie de 9.104 km2 de los cuales más de 8.000 corresponden a la Isla de Puerto Rico propiamente y el resto a varias decenas de islas, islotes y cayos. Obviamente, si tenemos que elegir elementos de parentesco territorial y demográfico no queda otra que hacerlo sobre Puerto Rico. Luego hay evidentes diferencias con ellos, entre las cuales destaco la rivalidad
interinsular que se da entre nosotros y que no puede darse entre ellos. No es un elemento menor, porque lo que aquí llamamos el insularismo ha actuado como un elemento retardatario y empobrecedor de la realidad política en Canarias, y ha sido la expresión constante de una clases dirigentes mediocres y reaccionarias. Por otra parte, sí hemos compartido con Puerto Rico, además de los rasgos antes señalados, el hecho de ser islas pequeñas con una importancia geoestratégica grande.
Vayamos al comienzo. ¿Cuándo empezó a haber temor de que Canarias pudiese ser invadida por Estados Unidos?
Digamos primero que nada que, en cierta forma, el temor ya había comenzado para los canarios desde 1895, cuando se iniciaron los reclutamientos forzosos de jóvenes para llevarlos a la guerra contra los independentistas en Cuba. En segundo lugar, el temor a la invasión norteamericana comenzó desde los primeros días de abril de 1898, incluso antes de que se desatase materialmente la confrontación entre España y los EE UU que dio comienzo el 25 de abril. Las primeras tropas de refuerzo salieron para Canarias desde Cádiz el 2 de abril. La perspectiva de peligro inminente se instaló tras la guerra naval en Cavite, Filipinas, el 1 de mayo. Ese día los norteamericanos destrozaron a la armada española desplegada en la zona. El mito de la poderosa defensa española se hizo añicos, y paralelamente el temor aumentó en las Islas al conocerse la noticia. La derrota de lo que quedaba de la flota española en Santiago de Cuba remachó esta sensación. Efectivamente, tras el bloqueo y posterior hundimiento de la flota de Cervera en la bahía de Cuba el 3 de julio, España ya quedó sin posibilidades de oponerse a los norteamericanos. Desde entonces la histeria se aceleró en estas Islas, pensando que cualquier noche podían entrar los navíos enemigos. Los sectores militaristas partidarios de la guerra no querían tomar conciencia del asunto y seguían manifestando bravuconadas fuera de la realidad. En las semanas posteriores comenzó a llegar la información verdadera sobre el hundimiento de la flota, y entonces la impresión de que el Archipiélago iba a ser invadido se acrecentó. La gente huyó masivamente al interior de sus respectivas islas para librarse de los cañonazos que la escuadra americana podría propinarles.
¿Cuál era la capacidad defensiva del Archipiélago y qué medidas se tomaron ante la posibilidad del ataque Norteamericano?
No existía ninguna posibilidad defensiva. La propaganda de los periódicos, es decir, de la información que salía en ellos, elaborada por minorías vinculadas al poder y por los militares hacían creer que las Islas estaban protegidas, pero no era así. No existían defensas dignas de tal nombre, el armamento era obsoleto para entrar en lucha de infantería, y los cañones, que apresuradamente se colocaron en los principales puertos, eran insuficientes ante el poder de fuego de la armada norteamericana. En los informes militares que se realizaron un año después de finalizado el conflicto así se reconoce.
¿Cómo reaccionaron los potencias europeas ante la eventualidad de la invasión?
En un primer momento las principales potencias, Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania hicieron llamamientos a favor de una acuerdo negociado para no llegar a la guerra. Ni los Estados Unidos ni los militares y la élite política españoles escucharon esas peticiones. Los Estados Unidos querían las colonias españolas por la buenas o por las malas. Los militares en España querían la guerra sin atender a ninguna otra consideración. Esto queda recogido en las memorias de León y Castillo y también en la relación epistolar entre Villalba Hervás y Patricio Estévanez. Una vez desatada la guerra, los EE UU exigieron neutralidad a las potencias y la petición fue aceptada, aunque bajo cuerda era obvio el apoyo británico hacia ellos, pero siempre tratando de mantener apariencia de neutralidad, dado el interés que los británicos tenían en nuestras Islas. Los franceses jugaron la carta de proponerse como negociadores para la firma de la paz, como efectivamente terminó ocurriendo. Por otra parte, hay que señalar que ninguna de las potencias europeas quería una ocupación militar por parte de los EE UU, todas tenían intereses propios en Canarias.
A propósito de Francia, en el libro cita una noticia de época aparecida en el periódico ‘Chronicle’ que dice que este país prestó 400.000 millones de francos a España y que, a cambio, España habría ofrecido a Canarias como garantía.
El asunto de la compra o hipoteca de las Islas, o de alguna de ellas, estuvo siendo la comidilla en la prensa local e internacional en 1898 y en los años posteriores. Esa noticia concreta a que hace referencia se produjo en medio del conflicto. Fue publicada en la prensa norteamericana, y podría no ser del todo infundada, dadas las cuentas ruinosas de la hacienda española, y el hecho que se diera pábulo a tal posibilidad por parte de destacados políticos e intelectuales isleños, aunque muchas veces solo fuese para mostrar incredulidad sobre que eso pudiese suceder. Los cierto es que en los años posteriores cuando los rumores sobre la venta de Canarias resurgieron, la prensa local pedía al gobierno de Madrid un desmentido tajante de tal rumorología, que sin embargo nunca sucedió, o al menos a mí no me consta. Hay que recordar que otras islas del imperio fueron vendidas en esa época, por ejemplo Las Carolinas y Marianas a Alemania por 25 millones de pesetas.
Como en todas las guerras, en esta no faltaron los espías. En Canarias, según cuenta en el libro, lo fueron hasta personajes con reputación en la historia insular como Thomas Miller.
En toda guerra el papel del espía es fundamental. Transmite información desde el campo enemigo. Esa fue una de las tantas desventajas que tuvo España en relación a los EE UU. Mientras en las Islas se hablaba abiertamente de que personas de la comunidad británica informaban a los norteamericanos, apenas ocurrió a la inversa, no ya para el caso de Canarias, sino para el del conjunto del país. En varias ocasiones se detuvo a personas acusadas de estar recogiendo información para mandar a los EE UU. Normalmente la información versaba sobre el estado de las defensa, número, disposición, y el ánimo de la población. El caso más sonado de todos fue el del agente consular norteamericano en Gran Canaria, el súbdito británico Thomas Miller, que fue detenido mientras intentaba mandar un cable telegráfico a Washington anunciando la llegada de las primeras tropas de la Península a mediados de abril. Fue detenido por los militares y advertido de que podría ser fusilado si continuaba pasando información.
¿Qué fuentes ha manejado para escribir el libro?
Las fuentes primarias que utilizo son las archivísticas . Los documentos encontrados en el Archivo Regional Militar de Canarias, y luego en algunos archivos municipales. También es muy importante base documental la prensa norteamericana de la ciudad de Nueva York, que es donde estaban, y siguen estando, los principales diarios de aquel país, y de Puerto Rico. Además, utilizo documentos elaborados por testigos de época que acompañaban a los almirantes de la armada estadounidense. Por otra parte, es esencial la prensa canaria, porque nos ayuda a recomponer la visión que las elites insulares tenían del conflicto, así como memorias de destacadas personalidades insulares. En último lugar, uso la bibliografía sobre el tema, y otra que sirve para contextualizar aspectos concretos del trabajo.
Háblenos de lo que en un capítulo llama “problemas en el frente interior”. Cita al respecto una información del Daily Cronicle según la cual el Departamento de Guerra de Estados Unidos anunciaba una “inminente insurrección en Canarias”.
La situación en el interior de las Islas era muy complicada. Los campesinos fueron reconcentrados durante tres meses en campamentos militares. Esto implicaba que la población masculina no podía atender sus labores agrícolas. En una sociedad muy pobre y que vivía en economía de subsistencia suponía un drama enorme. La llegada de tropas peninsulares, con numeroso componente lumpen, agravó lo desencuentros y el descontento. El hambre, el miedo, la represión y la tensión generada por los acontecimientos eran un caldo de cultivo objetivo para que aumentase el descontento social. Que esta situación pudiese ser contemplada por los espías norteamericanos como indicio de insurrección, entra dentro de lo posible. Por otra parte, tampoco podemos olvidar que en tiempos de guerra la falsa información se usa frecuentemente para atacar el flanco psicológico del enemigo. Tras la firma de la paz lo que ocurrió fue un aumento de la pequeña delincuencia, y entonces las clases dirigentes clamaron porque se hiciese efectiva la llegada de la Guardia Civil, que finalmente llegó por primera vez a las Islas hacia finales de Año. A propósito del componente lumpen de la tropa que menciona, la prensa de la época habla del aumento de robos en casas y ‘Diario de Las Palmas’ dice incluso que en la Playa de Las Canteras los soldados se bañaban desnudos a centenares, obligando a los vecinos refugiarse en sus casas o abandonarlas. “La verdad”, afirma el periódico en la cita que recoge, “es que si esto se tolera ya no sabemos si vivimos en un país culto o en el centro de África”.
Tal comentario de la prensa pone de manifiesto el calado racista que formaba parte de la mentalidad de los grupos dirigentes. A decir verdad, la sociedad de finales del XIX era muy clasista y también racista. La base ideológica de los grupos dominantes canarios era el nacional-catolicismo, exactamente el mismo componente ideológico que primaba en los sectores conservadores, y en muchos liberales, del conjunto del estado. La construcción de la identidad nacional española en Canarias fue la elección de las élites insulares en ese momento. Esa elección dejó de lado la apuesta por construir una identidad nacional canaria. De ahí arranca, a mi juicio, el profundo arraigo del nacionalismo español en Canarias, primero en las élites y en las décadas posteriores en la gran mayoría del pueblo.
Cuenta igualmente en el libro que hubo también en el Archipiélago quien, en esta coyuntura, abogó por su independencia. ¿Puede abundar en esta cuestión?
Hubo acusaciones por parte de alguna prensa, y de algunos diputados del Congreso, como el conservador exministro de Gracia y Justicia Robledo, sobre planteamientos separatistas en las Islas. Pero no era verdad. Lo que sí hubo fueron muchas voces en la prensa insular que pedían la autonomía, y lo hacían precisamente para abortar cualquier intento de planteamiento independentista que pudiese surgir. Esta gente era de la opinión de que si en Cuba y Puerto Rico se hubiese desarrollado un estatuto de autonomía no hubiese crecido la marea independentista. Los autonomistas canarios de entonces estaban representados por los republicanos y los progresistas, y es una pena que no se le haya dado la suficiente relevancia en todos los debates en nuestra actual autonomía a esa cuestión.
Lo que sigue teniendo relevancia en nuestra actual autonomía es el pleito insular, que no se detuvo ni durante la guerra, como explica en su obra. ¿Le importa relatarnos los episodios pleitistas de entonces?
El pleito insular es la manifestación más palmaria de la incapacidad de las élites dirigentes de construir un proyecto unitario y autónomo. Si la autonomía no fue posible tras 1898, se debió al insularismo. Los dirigentes laspalmenses y santacruceros estaban en un disputa enorme por la hegemonía política y económica, que finalmente desembocó en la división provincial de 1927, en vez de en un estatuto de autonomía como hubiera sido lo razonable. Si no es porque aún hoy el insularismo tiene una presencia enorme, no podríamos más que troncharnos de risa al leer los intercambios de pareceres sobre qué isla sería atacada primero, si Tenerife o Gran Canaria. Y en consecuencia cuál sería la que se colocaría la gloria de haber derrotado al expansionismo norteamericano en las Islas. Pocas cosas más delirantes que esas pueden encontrarse.
A propósito de lo delirante. Una de las fuentes que recoge, el periódico ‘Eco del Valle’, dice que “por la fuerza o por el dolo” el Archipiélago podía caer en manos de grandes o pequeños países de Europa, como Inglaterra, Bélgica, Portugal o Grecia. A no ser que fuese una ironía, lo de Grecia tiene un punto demencial.
Creo que tiene un sesgo irónico, sí. El nivel de desmoralización era grande. Después de meses de propaganda y de mentiras difundidas por los militares y los poderes políticos y mediáticos, repitiendo que España tenía una flota formidable que sería capaz de derrotar a los EE UU se toparon con la cruda realidad. Sumidos en la depresión tras la derrota, los hasta ese momento propaladores de la valentía indestructible del soldado español se vinieron abajo. El tono quejumbroso y descreído sustituyó al ufano y altanero que había predominado desde mucho antes de que se iniciara la guerra.