España y Cataluña tras el 20D

Las naciones se construyen políticamente cuando existe una voluntad decidida de hacerlo. Es el caso de la historia política de Cataluña y de España desde el inicio de la democracia en 1977, por no irnos a periodos anteriores a la dictadura. Los dos países tienen pulsos políticos diferentes, y cada vez que hay ocasión de plasmarlo se pone de manifiesto. Sobre todo este hecho cobra especial relevancia en momentos de cambio de sistema o de crisis, es decir, en situaciones fuertemente marcadas por tensiones y procesos de transformación.

Si tomamos las elecciones “constituyentes” de 1977 veremos como existe una tendencia diferente en los dos países. En Cataluña triunfaron las opciones socialistas y comunistas, alcanzado los primeros, bajo el liderazgo del PSC, que es un partido federado al PSOE, pero no es el PSOE propiamente, un 28% de los sufragios. El segundo partido más votado fue el PSUC (18%), que era el partido federado al PCE. Luego vino la UCD, el partido de Adolfo Suárez, con un 16%. Tras ellos una serie de formaciones nacionalistas, entre las que se encontraba Esquerra, y otras que obtuvieron el 5, 4 y 3% respectivamente.

Tal panorama de triunfo de las izquierdas socialistas y comunistas con un 46% del respaldo electoral, encendió la luces rojas en la sala de máquinas de los tripulantes de la transición, y les hizo ver la necesidad de traerse a Josep Tarradellas del exilio, para ponerlo al mando de la Generalitat y reconducir de esa forma la transición en Cataluña hacia el centro, porque había emergido del fascismo como una país de mayorías claramente de izquierdas.

En el caso España, o el resto del país, como prefieran denominarlo, la situación era justo la inversa. La primera fuerza fue la UCD (35%) de los sufragios, que junto con el 9% de Alianza Popular (antecesor del PP) sumaban una mayoría absoluta de 181 diputados, aunque UCD gobernó en minoría sin recibir el apoyo de Fraga.

A continuación vendrían cambios significativos a lo largo de las décadas siguientes, pero los comportamientos políticos de ambas poblaciones siguieron siendo opuestos, aunque la cesura se producía en torno al eje catalanismo/españolismo.

En estas elecciones, nuevamente, contemplamos la existencia de dos países bien diferenciados en términos políticos. Los comportamientos electorales así lo atestiguan. En Cataluña, En Comú-Podem (24%) gana claramente las elecciones. Segunda fuerza ERC (15%) igual que el PSC. La cuarta son los nacionalistas de derecha de DL, también con el 15%. La quinta Ciudadanos (13%) y, los últimos, el PP (11%). Este escenario es completamente distinto al producido en “España”, en donde la primera fuerza es el PP (28%), la segunda el PSOE (22%), la tercera Podemos y “amigos” con el 20%, 16,5% si restamos el 3,5% que aporta En Comú Podem. Tras ellos Ciudadanos (13%) e IU (3,6%).

Las mayorías sociales en ambos países tienen comportamientos marcados por las respectivas culturas políticas. Ello no quiere decir que tenga que haber una única salida al asunto en términos de independencia. A lo largo de los tres siglos desde 1714, con la que arranca la edad contemporánea y el centralismo borbónico en España, normalmente, los desencuentros graves se fueron solventado por vía de acuerdos. Sin duda, el periodo más dramático fue el de la guerra civil y la posterior dictadura.


El españolismo, que es una forma de ideología, y también de ejercicio del poder, ha contenido muchos elementos retardatarios para el desarrollo de la modernidad en España, y en consecuencia, para los pueblos que la habitan, incluido, por supuesto el catalán. Visto desde esa óptica, quizá no sea el problema central el catalanismo sino, por contra, lo sea el españolismo, de tal manera que para la propia España quizá fuese mejor ser más catalanistas y menos españolista, lo cual no debería de ser ningún problema serio para los españolistas, si tal y como ellos mismos manifiestan todos son españoles, incluidos los catalanes.

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