¿Qué hacer con el islam?

Cada vez que se produce un atentado en suelo europeo las televisiones y los diarios se llenan de los consabidos tópicos: “no todos los musulmanes son terroristas”, “esto es una minoría”, “los yihadistas son unos descerebrados” “estas personas se radicalizaron rápidamente”, “la convivencia con los musulmanes es buena en los barrios”, “el verdadero islam no es violento”, y un largo etcétera que no es necesario repetir aquí. A ello se suma un periodismo trufado de amarillismo sensacionalista, de explotación del morbo visual, que en la sociedad actual es demandado por importantes porcentajes de la audiencia.

Como todos los tópicos estos tienen también un sustrato de verdad, necesario para poder construir un discurso completamente errado, y que no atiende a los problemas fundamentales que hay que abordar para afrontar con garantías de éxito las prácticas del terrorismo yihadista en las propias sociedades afectadas, de manera primordial Oriente Medio, el Asia musulmán y también en Europa.

Hay una responsabilidad histórica enorme del colonialismo europeo que explica en buena parte el fracaso del proceso de modernidad en esos países. Los intentos históricos que pudieron cambiar la dirección de las naciones árabe-musulmanas, se produjeron inmediatamente después de las independencias, tras la segunda guerra mundial. Son bien conocidos los proyectos laicos y nacionalistas que impulsaron Naser en Egipto, los “socialistas” iraquí y sirios, los revolucionarios argelinos del Frente de Liberación Nacional, aunque sin embargo siempre encontraron la oposición de las potencias colonialistas, Francia y Gran Bretaña y más tarde de los EE.UU, porque veían que con esos proyectos nacionalistas y laicos corría peligro su influencia, y con ello sus intereses petroleros, alimento esencial del modelo de desarrollo industrial occidental

En su detrimento apoyaron el surgimiento del islamismo político y dieron respaldo político, militar y financiero a las monarquías del golfo, de tal manera que pensaron que el fundamentalismo integrista sería el aliado ideal. Desde los años sesenta del siglo XX el fundamentalismo islámico suní, apoyado por Occidente, será el muro de contención de las revoluciones nacionalistas árabes. Hasta la década de los ochenta del pasado siglo las relaciones de fuerzas entre nacionalista e islamistas estaban equilibradas, pero tras la caída de la URSS y el nacimiento del mundo unipolar con EE.UU como potencia única, los nacionalistas perdieron apoyo internacional mientras los fundamentalistas lo ganaron.

A este respecto el caso del Líbano es paradigmático, Israel (que podemos considerar a estos efectos como país Occidental) estuvo muy interesado en promover el fundamentalismo durante la guerra civil libanesa (1975-1991), para con ello debilitar a las fuerzas nacionalistas laicas, tanto libanesas como palestinas, al objeto de fracturar la fuerza del enemigo. Lo consiguieron.(https://www.researchgate.net/publication/268172500_Historia_contemporanea_del_Libano_Confesionalismo_y_politica_1840-2005)

En épocas más recientes los desastres de las guerras que los EE.UU llevaron a Oriente Medido, con la excusa de llevarles la democracia, pero con la intención de quedarse con el petróleo que allí yace, es lo que terminó por desestabilizar completamente la zona. La historia posterior, incluidas las primaveras árabes, tuvo un saldo muy negativo para los pueblos árabes, hundiendo a estados sólidos que hasta entonces no eran lugares de promoción del terrorismo yihadista.

Mientras las potencias occidentales no asuman de verdad la necesidad de un cambio en ese mapa nada cambiará. Mientras se siga dando cobertura a Arabia Saudí, Qatar y otras monarquías ultrarreaccionarias del Golfo Pérsico, principales financiadores del terrorismo yihadista, nada cambiará. Mientras los negocios entre los saudí y el mundo occidental sigan viento en popa, las lágrimas que derraman los gobernantes occidentales cuando se producen atentados, lo son de cocodrilo.

Las reformas en las sociedades árabes necesitan apoyo de la UE, pero Europa primero tiene que abandonar los intereses comunes que mantiene con los principales financiadores del terrorismo yihadista. Y por otra parte, las poblaciones árabes han de reformarse en un sentido profundo, llevando a cabo, a su modo, una revolución del pensamiento que separe la religión de la política. Los árabes deben asumir que las creencias religiosas son un asunto individual, sin injerencia de la política ni del estado. Ese es un primer paso ineludible para poder avanzar en la superación de la situación. La segunda gran cuestión es que tendrán que transformar profundamente su legado machista y patriarcal. El papel de las mujeres es central para introducir un cambio de 180ª en el mundo musulmán. En el interior de esas comunidades las mujeres son las principales víctimas, no sólo del salafismo o los fundamentalismo más extremos, sino también del islamismo moderado, que tampoco abandona sus prácticas de dominación sobre las mujeres, ni separa la política de la religión. La mujer debe convertirse en un sujeto de derecho y político en igualdad de condiciones que los hombres. Las leyes de los estados árabes han de garantizarlo, y los dirigentes políticos tienen que aceptar el reto de educar a sus gentes, a los sectores ampliamente retrógrados que perviven, en los valores de igualdad entre el hombre y la mujer con la misma determinación que la defensa de una sociedad laica o aconfesional.


La solución al problema del terrorismo en Europa se encuentra en Oriente Medio y en el Norte de África. Los militantes yihadistas que viven en Europa quedarán disueltos sin el alimento financiero, ideológico, visual y anímico de las fuentes que los inspiran, porque el grueso de los militantes yihadistas de Europa son lumpen, marginados, personas que encontraron en las prácticas del terrorismo yihadista una vía de escape a sus frustraciones personales. Ellos solos se disuelven en el mundo de la delincuencia común, de la que, efectivamente, proceden muchos, sino todos estos cruzados musulmanes posmodernos.

Viaje al sur

En el imaginario colectivo el viaje al sur suele ser sinónimo de divertimiento, sol, lugares exóticos, fiestas, sexo, bellas playas y tiempo de relax. Ya lo decía Raffaella Carrà cuando el sur era sobre todo el sur de Europa, pero después llegó el turismo expansivo a los sures del mundo, a las islas perdidas, al caribe y al pacífico, y los sures de Europa se quedaron para el turismo menos pudiente, aunque en su interior se habilitaran espacios para las élites, como ocurre con ciertas islas del mediterráneo.

Pero el sur es también para nosotros, nativos isleños, el sitio de las vacaciones, al que se desplazan miles de autóctonos en busca de lo que nuestros sures también prometen, que es exactamente lo mismo que lo que ofrecen los sures del mundo al que llega el turismo masivo.

Nuestro sur fue remoto y de difícil acceso hasta los años sesenta del siglo XX, cuando para visitarlo era preciso emplear unas cuantas horas y mucha paciencia. Ahora es un lugar densamente masificado, al que llegan como chorros vuelos charter procedentes de distintos lugares de Europa, y que podemos visitar en menos de 40 minutos desde las áreas urbanas y periurbana de la zona capitalina.

El sur concentra la principal actividad económica y poco a poco va concentrando cantidades mayores de población residente, nativa y no nativa. Su densidad creciente lo ha convertido en una gran área urbana, de extensión parecida al área urbana de la zona capital, pero a diferencia de ésta, con sus características construcciones clonadas de todas las zonas del mundo en donde el turismo se convierte en actividad masiva. Conociendo una ciudad turística ya se conocen todas, porque todas son ciudades construidas con patrones parecidos.

Nuestro sur que no hace tanto fue un lugar de encantos diversos, con rincones inhabitados y playas limpias, es hoy un lugar espantoso, ruidoso, sucio, lleno de turistas borrachos, mal educados, que lo mismo se echan eructos en plena calle que pedos sonoros, y que terminan muchas veces en busca de peleas con quien primero se encuentren por la calle, en el hotel o en el aparta-hotel (hay que advertir que los ingleses en todo eso se llevan la palma, y si hay que hacerle caso a la propaganda institucional del Cabildo, de que cada nativo tiene que abrazar a un inglés, cuídate de que no te vomite encima cuando vayas a hacerlo).

Caleta de Adeje
La porquería flota en las playas del sur. No solamente las algas menudas que este verano han sido noticia. Además de las microalgas, la porquería abunda. Papel de aluminio, bolsas y envases de plástico, latas de distintas bebidas, colillas de cigarros, aguas fecales que desembocan en medio de las playas masificadas, aceites y porquerías varias que escupen las lanchas fuera borda y las motos acuáticas, hacen que los mares de nuestros sures no sean azules ni turquesas, sino marrones y turbios, en los que por precaución mejor no te metas, no porque haya peligro de tiburones blancos, sino porque algún rolete puede andar cerca rondándote.
Los Cristianos

Hay una lección del viaje al sur que no se puede dejar de sacar, y es que la isla está superpoblada, por la llegada de millones de turistas cada año (5.596.764 en 2016), y por un crecimiento de la población residente que terminará por transformar la isla en un espacio duro y difícil para la vida. 

Unos brevísimos datos lo dejan claro. La isla tiene 891.111 residentes y 160.000 turistas permanentes, lo que hace una población de 1.051.111, que da una densidad de 516 habitantes por kilometro cuadrado, tomando como referencia los 2.034 km2 totales, pero si de ellos descontamos los 976 km2 que corresponden a zonas protegidas, nos quedamos con una superficie de 1.058 km2, lo que eleva la densidad hasta los 993 habitantes por km2. En la España peninsular la densidad ronda los 90 habitantes por km2. En un espacio similar al nuestro como puede ser Mallorca la densidad alcanza los 240 habitantes por km2.


Algunos visionarios de poca monta llevan tiempo promocionando la idea de convertirnos en un Singapur (bis), y si no ponemos remedio a eso las personas que ahora vivimos aquí, quizá sea un día Guayota el que termine poniendo orden. 

Los jueces salvapatrias

Por lo general, la carrera judicial es un coto restringido para el poder de clase. No son muchos los miembros que llegan a las altas magistr...