Santa Cruz a lo suyo

Santa Cruz vive en el limbo de la memoria. El dictador sigue en su pedestal, la gran cruz de los caídos da la bienvenida a la ciudad. Weyler sigue en donde siempre. Los últimos de Filipinas están en la cartografía urbana. La ciudad marcada con la sangre del colonialismo y el fascismo es incapaz de afrontar su pasado. Y los de siempre, tras unas breves vacaciones, volvieron a coger el bastón de mando. Es imposible ajustar cuentas con el pasado, y los demócratas, con dos palmos de narices, no tienen historia que contar. Por eso les propongo leer esta historia ocurrida a miles de kilómetros de distancia. El texto fue recopilado por Ryszard Kapuscnki en su libro Sha.

"Se  trata de  una  entrevista  hecha  por  un  reportero  del  diario Kayhan de  Teherán a un  hombre  que destacó en la tarea de derribar las estatuas del sha:
—En su barrio se ha ganado usted, Golam, la fama de destrozaestatuas; le consideran incluso todo un veterano en ese campo.
—Es cierto. Las primeras estatuas que destruí fueron las del viejo sha, el padre de Mohammed Reza, cuando abdicó en 1941. Recuerdo cómo cundió la alegría por toda la ciudad cuando saltó la noticia de que se había marchado. Todo el mundo se lanzó en seguida a destruir sus estatuas. Yo era entonces un muchacho pero ayudé a mi padre, quien, junto con sus convecinos, derribó el monumento que Reza Khan se había hecho erigir en nuestro barrio. Puedo decir que aquello fue como hacer mis primeras armas.
—¿Le persiguieron por este motivo?
—No, en aquella época eso aún no se hacía. Después de marcharse el viejo sha se vivió todavía un tiempo de libertad. En aquel entonces el joven sha no tenía fuerza suficiente como para imponer su poder. ¿Quién iba a perseguirnos? Todo el mundo se oponía a la monarquía. Al sha lo apoyaba tan sólo parte de los oficiales y, cómo no, los americanos. Luego dieron el golpe, encerraron a nuestro Mossadegh, fusilaron a su gente y también a comunistas. Volvió el sha e implantó la dictadura. Corría el año 1953.
—¿Recuerda aquel año?
—Claro que lo recuerdo. Fue el más importante, porque fue el del fin de la democracia y el del inicio de la dictadura. En cualquier caso me acuerdo muy bien del día en que la radio dio la noticia de la huida del sha a Europa y de cómo, al enterarse de ello, la gente se lanzó eufórica a la calle y empezó a derribar las efigies imperiales. En este punto debo aclarar que desde un principio el joven sha  erigió  muchos  monumentos  a  su  padre  y  a  sí  mismo,  así  que  durante  aquellos  años  se  fue acumulando bastante material para derribar. En aquella época mi padre ya había muerto, pero yo ya era un adulto y salí por primera vez como un tiraestatuas autónomo.
—¿Y qué? ¿Las derribasteis todas?
—Sí, no fue tarea difícil. Cuando volvió el sha, tras el golpe, no quedaba ni una sola efigie de los Pahlevi. Pero no tardó nada en empezar a levantar nuevos monumentos, suyos y de su padre.
—Eso significa que lo que usted había destruido él lo volvía a reponer en seguida, y que luego usted acababa destruyendo lo que él había repuesto, y así sucesivamente, ¿no?
—En efecto, así era, es cierto. Se puede decir que no dábamos abasto. Destruíamos una estatua, él levantaba tres; destruíamos tres, él levantaba diez. No se veía el final de todo aquello.
—Y  posteriormente,  después  del  53,  ¿cuándo  volvisteis  a  la  tarea?  —Teníamos  pensado hacerlo en el 63, es decir, durante la Sublevación que estalló cuando el sha encerró a Jomeini. Pero aquél inmediatamente ordenó una masacre tal que tuvimos que esconder nuestras cuerdas sin haber tenido tiempo de tirar una sola estatua.
—¿Debo comprender que teníais cuerdas especiales para ese menester?
—¡¿Cómo si no?! Teníamos unas cuerdas de sisal fortísimas que guardábamos en el mercado, en el tenderete de un vendedor amigo. No se podía bromear con estas cosas; si la policía nos hubiese descubierto,  habríamos  acabado  en  el  paredón.  Lo  teníamos  todo  preparado  para  el  momento adecuado, todo estaba bien pensado y ensayado. Durante la última revolución, es decir, en el año 79, la desgracia consistió en que se lanzaron a derribar monumentos no pocos aficionados y por eso hubo muchos accidentes, porque los dejaban caer directamente sobre sus cabezas. Destruir un monumento no es tarea fácil; hace falta para ello profesionalidad y práctica. Hay que saber de qué material está hecho, qué peso tiene, cuál es su altura, si está soldado en todos los bordes o si las junturas son de cemento; en qué sitio atar la cuerda, hacia dónde inclinar la estatua y, finalmente, cómo destruirla. Nosotros nos poníamos a calcularlo todo ya en el mismo instante en que se empezaba a levantar la siguiente estatua del sha. Era la ocasión más propicia para averiguar cada particularidad acerca de su  construcción:  saber  si  la  figura  estaba  vacía  o  llena  y  —lo  que  es  más  importante—  cómo  se juntaba con el pedestal, qué método habían utilizado para fijar la estatua.
—Debíais de dedicar mucho tiempo a estas averiguaciones.
—¡Muchísimo! Ya sabe usted que en los tres últimos años el sha se hacía construir cada vez más  monumentos.  En  todas  partes:  en  las  plazas,  en  las  calles,  en  las  estaciones,  al  borde  de  los caminos... Además, otros también se los erigían. El que quería conseguir un buen contrato y aplastar la competencia, corría para ser el primero en rendirle este homenaje. Por eso muchos monumentos eran de construcción poco sólida y, cuando llegaba su hora, no nos costaba trabajo destruirlos. Pero debo reconocer que en algún momento dudé de si conseguiríamos derrumbar tal cantidad de estatuas: realmente se contaban por centenares. La verdad es que nos costó sangre y sudor aquel trabajo. Yo tenía las manos llenas de ampollas y llagas de tanto darle a la cuerda.
—Pues sí, Golam, le tocó un trabajo interesante.
—Aquello  no  era  un  trabajo;  era  un  deber.  Me  siento  muy  orgulloso  de  haber  destruido  los monumentos del sha. Creo que todos los que participaron en esa destrucción se sienten igualmente orgullosos.  Lo  que  hicimos  lo  puede  ver  todo  el  mundo:  todos  los  pedestales  están  vacíos  y  las figuras de los shas han sido destrozadas y yacen desmembradas por algún que otro patio".

Un gobierno progresista debe salvar a la industria JSP-CELGAN-MILLAC

Si un gobierno progresista no sirve para salvar los intereses de los trabajadores, ¿para qué sirve? Una visión estratégica, sobre todo de la facción de izquierda del gobierno (Sí Podemos Canarias), debería tener como referencia central los intereses de los trabajadores, y apuntalar a los sectores económicos distintos a los del binomio construcción-turismo. Una industria alimentaria no se debe dejar caer, y menos cuando esa industria tiene un amplio porcentaje de mercado, es una marca conocida de capital canario (o era, no sé como anda ahora el asunto) y emplea a varios centenares de personas.


Un gobierno progresista, sobre todo su facción de izquierda, que no tenga un criterio de clase a la hora de enfocar las problemáticas de la economía y del mundo del trabajo, está dejando el camino allanado para que la derecha (CC/PP) vuelva, en breve, a llevar las riendas del gobierno autonómico.


La izquierda viene años diciendo que no podemos continuar con un modelo que dependa solo del turismo, que eso nos hace más dependientes, que se necesita construir alternativas económicas viables que garanticen progresivamente espacios para la soberanía alimentaria, y llega esta ocasión en que esa izquierda debe batirse el cobre y deja tirado a centenares de trabajadores, da por perdida esta industria y abre su espacio de mercado a nuevas marcas de capital multinacional español o extranjero, que seguirán ahondando en la dependencia económica y psicológica de nuestra sociedad.


Salvar a JSP/Celgan/Millac es dar una lección de que es posible hacer otro tipo de política. Existen multitud de fórmulas para hacerlo. La derecha canaria e insular lo ha hecho en el pasado con muchas empresas, para empezar, con la más emblemática, TITSA. Pero con otras cuantas más también de sectores claves. Es cierto que en el pasado la fuerza de los sindicatos era mayor, que la conciencia de clase de los trabajadores ejercía fuerza con mucha mayor intensidad que en la actualidad, pero, precisamente por eso, es ahora el momento de que un gobierno progresista, que tiene en su seno una facción de izquierda, juegue un papel central en esa lucha. Habría que convertir esta situación de crisis en una oportunidad, haciendo de la defensa de este sector clave un ejemplo de lo que es hacer políticas desde la izquierda. El desafío merece la pena a pesar de las dificultades que pueda presentar. La izquierda canaria ganaría respetabilidad, se vería su utilidad política, y muchos trabajadores que desconfían de que pueda servir para algo, y por eso prefieren votar a la derecha, comenzarían a comprender que no es verdad el discurso de que los saben de economía son los patronos. 


En estas luchas los trabajadores toman conciencia de clase. En sus pueblos y sus barrios, entre sus familiares y amigos se rearma la idea de que la lucha vale la pena, de que todos los políticos no son iguales y de que hay algunos que están a muerte con la defensa de los intereses de los trabajadores. Esta lucha, además, podría abrir de verdad el debate social sobre la necesidad de potenciar las industrias y los sectores de la alimentación. De avanzar en la toma de conciencia de la soberanía alimentaria, de abrir espacios de reflexión sobre la necesidad de combatir la instalación de empresas multinacionales, que vienen a las islas a sacar su gran tajada llevándose los capitales que aquí se generan a cambio de empleo barato y precario.


No es razón para dejar tirado a centenares de trabajadores y terminar de hundir una industria estratégica, en un país desindustrializado como el nuestro, la excusa de la mala administración que de la empresa hicieron los jefes, hasta llevarla a su hundimiento. No es excusa que se haya beneficiado de fondos público desde hace tiempo, (por cierto, fondos públicos que eran manejados por los miembros del hoy gobierno progresista, exceptuando a Sí Podemos Canarias) y que no hayan servido para reflotar la industria. Claro que ha sido así. Multitud de empresas en Canarias viven de los fondos públicos (por no hablar de los bancos) y en la época de la vacas gordas los políticos de entonces, (PSOE-CC-PP), y muchos periodistas, mantenían excelentes relaciones de todo tipo con el jefe que a todos bendecía. Pero el asunto ahora es otro. La cuestión que se dirime en estos meses es que los trabajadores no cobran su sueldo, las instalaciones están hipotecadas, las deudas son un cáncer que devora todo. Y, sin embargo, el sector es rentable. El café JSP, los lácteos de Millac y Celgán siguen vendiéndose y los trabajadores siguen arrimando el hombro sin cobrar sus salarios. Y ante esa tragedia el gobierno progresista y su facción de izquierda no plantean ninguna solución que no sea clavar una nueva puncha en el ataúd.


Puede ser que el PSOE cuando empiece a repartir el dinero de Europa pueda salir airoso. Puede ser que Nueva Canarias se sostenga con sus votos de GC y su sólida estructura municipal y cabildicia en esa isla. Puede que el cacique de la Gomera mantenga sus tres diputados y, también, puede ser que sea Sí Podemos Canarias quien pague de forma más dura esta dejación de su responsabilidad.


Lo que es seguro es que con la caída de una nueva industria canaria pierde el conjunto de la sociedad.


Los jueces salvapatrias

Por lo general, la carrera judicial es un coto restringido para el poder de clase. No son muchos los miembros que llegan a las altas magistr...