Antivacunas, conspirativistas, neochamanistas y new age

Durante los meses de la pandemia han proliferado las teorías conspirativas sobre su origen, la crítica a las medidas de control poblacional de los gobiernos, y a la búsqueda de un remedio médico para contener el virus. Los principales argumentos que se dan nos advierten sobre la contaminación que produce el 5G, el peligro chino y los planes secretos de control de Bill Gates y de George Soros, que nos quieren meter un microchip junto con la vacuna. Muchos, sorprendidos de su influencia, nos preguntamos ¿de dónde sale toda esta gente?

Gente culta, bien formada, con profesiones de alto rendimiento intelectual entran en el juego. Otros, menos formados, los imitan. En las redes se desata una espiral de argumentos que se retroalimenta en una realidad paralela. El último YouTube, el video del catedrático de California o el gurú de turno nos advierten de los peligros. En fin, una enorme cantidad de “información” circulando sin parar y conectando a millones por el mundo que trata de cuestionar los métodos científicos “occidentales” y sustituirlos por nuevas búsquedas en “otra realidad”. Lugares que sólo existen en las mentes de los convencidos y a los que no puedes acceder si no “crees” en ellos. Tampoco pueden ser sometidos a crítica de análisis lógicos porque son creencias esotéricas, no racionales.

En algunos casos son razones de poder las que se ocultan detrás de las teorías anticientíficas que nos han inundado, como en Trump o Bolsonaro. Con estos dos habría que incluir los poderosos grupos religiosos que los respaldan. Los pentecostales brasileños y los evangelistas y creacionistas norteamericanos. No son ellos a los que me refiero en este artículo porque pertenecen a otro tipo de “tribu”, aunque desde su posición privilegiada ayudan a alimentar la confusión y dan la sensación de pertenecer a la misma constelación. ¿Cuáles serían entonces?

Debe existir más de una explicación, como siempre suele ocurrir con todo, pero una que seguro forma parte de ella es la herencia de lo que en los sesenta comenzó a llamarse la new age. El auge del movimiento contracultural en la costa oeste de los EE.UU. estuvo formado por distintos movimientos que abarcaron disciplinas como la literatura, la plástica o la música. Beatniks, hippies, rockeros. El ácido lisérgico, la maría y las anfetaminas se usaban para buscar otras realidades en una práctica de escapismo del modelo fordista alienante y de la guerra nuclear que amenazaba con desatarse a cada poco. Elemento muy emblemático de aquella revolución cultural que afectaba a los sentidos fue la enorme influencia del libro de Aldous Huxley, Las puertas de la percepción, publicado en 1954, que serviría para que Jim Morrison y amigos nombraran a su grupo como The Doors, en una clara declaración de intenciones.

La recepción de las culturas “orientales” con sus gurús, filosofías y religiones trajeron nuevas creencias que muchos jóvenes de entonces adoptaron como formas de vida alternativa. La new age además aunó el esoterismo y la medicina alternativa (yoga, reiki, acupuntura, shiatsu), que pretende desbloquear los puntos de energía y devolvernos el equilibrio para poder sanar.
Esta perspectiva suele implicar (no siempre) una fuerte negación o crítica integral de la medicina “occidental”. Además, la constelación new age acoge también el ocultismo, sincretismo religioso, y otro tipo de prácticas culturales que han permanecido con nosotros, pero con poca visibilidad hasta estos días. En Canarias podríamos insertar en esta constelación a la Iglesia del Pueblo Guanche, aunque tiene un origen más tardío, comparte su interés por los rituales ancestrales de las culturas nativas.

El new age fue la parte mas despolitizada y mejor vista por los poderes de entonces. Sus seguidores optaron por sumergirse en sus realidades paralelas e intervinieron poco en las políticas comunitarias. En España, este tipo de movida cultural cobró un gran impulso tras la recepción del libro de Carlos Castaneda, Las enseñanzas de Don Juan. Nos narra cómo buscando información para su tesis matriculada en la Universidad de Los Ángeles, que originariamente versaba sobre el uso del peyote en las culturas indoamericanas, se topó en una parada de guaguas camino de su destino con Don Juan. Deja a un lado la tesis y se convierte en alumno y seguidor del maestro. Es un viaje iniciático al mundo del chamanismo.

El libro de Castaneda fue un éxito de ventas enseguida, y a mediados de los setenta se leía en todo el mundo occidental casi con fervor religioso. Yo mismo recuerdo leérmelo cursando aún el bachillerato en el IES Viera y Clavijo de La Laguna. Fue una revelación, o eso pensé, como también lo sería el descubrimiento del Che. De Castaneda y Don Juan me olvidé pronto.

Castaneda nos proponía entrar en “otra realidad”. Como en España y en occidente no había chamanes “puros”, todo derivó por el camino del new age que, en síntesis, consistió en una occidentalización que hicieron las clases medias de esas enseñanzas extraídas y copiadas de realidades culturales diversas, indoamericanas y asiáticas.

La new age sirvió para hacer viajes turísticos en busca de chamanes, y de regreso anunciar, en el mejor de los casos, el “descubrimiento de la iluminación” y, en el peor, contar viajes al infierno propiciados por la ayahuasca, las semillas del diablo o los Lsd de primera generación. Los indoamericanos, que vieron pronto el negocio que les podía dar la constelación new age, se aprestaron a sacar beneficio económico de esos “buscadores de otras realidades”. Una neochamana peruana cuenta en el libro del antropólogo Joan Prat, La nostalgia de los orígenes, que:  “En Cuzco, levantas una piedra y aparecen treinta chamanes, charlatanes que digo yo. Y es increíble: ceremonia de ayahuasca, cien euros, San Pedro, doscientos euros…una mafia total”. 

Entre toda aquella gente había muchos que criticaban la medicina occidental, e interpretaban el mundo en clave de conspiraciones de poderes o superpoderes ocultos, que sólo podían ser combatidos con el uso de herramientas de la naturaleza, y permaneciendo alejados de cualquier práctica que emanara del estado o la ciencia, lo que incluía también no escolarizar a los hijos y la no vacunación. En el neochamanismo se deposita la esperanza para curar la mente y el espíritu en rituales y multitud de prácticas heterodoxas que nada tienen que ver con la ciencia médica, tales como el toque del tambor y las maracas, el ayuno, la purificación, la danza y la meditación, o la respiración holotrópica, que según Stanislav y Cristina Grof, creadores de la misma, pretende “alcanzar una mayor autocomprensión, expansión de la identidad del yo y facilitar el acceso a las raíces de los problemas emocionales y psicosomáticos. La palabra holotrópico sugiere la superación de la fragmentación interna, así como de la sensación de separación entre el individuo y el entorno”.

Los occidentales fueron en busca de esa “otra verdad” y los chamanes los conminaron diciéndoles: “Chamaniza tu vida, apúntate al itinerario del sol donde no hay fracaso…reintégrate con la Pachamama, conviértete, a través de la conexión profunda en árbol, río, montaña o amanecer. Podrás volar desde cuando aceptes que no sólo es real lo visible” (Prat).

En estos días de pandemia hemos visto cómo las constelaciones new age se nos cuelan por los whatssapp, Facebook y, últimamente, por las tv generalistas, no sé si promovidos conscientemente por los gurús de los medios o como relleno veraniego de la telebasura.

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