Entre el 15 de agosto de1550 y el 4 de mayo de 1551 tuvo lugar en Valladolid, lugar de la residencia del emperador Carlos I de España y V de Alemania, un debate teológico, moral y político de gran envergadura, denominado la Controversia de Valladolid. El Consejo Real y el emperador fueron testigos privilegiados de la discusión, que fue solicitada por el propio rey Carlos. No hubo un acuerdo final, ni por tanto una resolución definitiva, pero sentó las bases filosóficas para lo que posteriormente se ha conocido como el derecho humanitario universal.
Las figuras principales de la Controversia fueron el fraile Bartolomé de las Casas y el sacerdote reaccionario Juan Ginés de Sepúlveda. El primero defendía que los indígenas de América eran seres racionales, como los cristianos, y que, en consecuencia, eran portadores de derechos naturales y, por tanto, debían recibir un trato digno y en igualdad de condiciones morales y jurídicas que los castellanos. Los indígenas no debían ser esclavizados. Por su parte, Sepúlveda defendió que los conquistadores tenían derecho a someter a la esclavitud a los pueblos conquistados, argumentando que eran seres inferiores y que estaban sometidos a la lógica de la guerra justa con el fin de evangelizarlos. Todo el debate está atravesado por las tendencias teológicas que dominaban entonces en el seno de la Iglesia católica.
En La rebelión de los guanches de Anaga se anticipa ese debate de la historia moral de Occidente. Canarias fue el primer lugar de la conquista y expansión castellana fuera de Europa, donde la esclavitud se puso en práctica en el camino de la conquista y colonización de América. Antes que los indígenas de América fueron esclavizados los guanches, y el debate que entonces no tuvo lugar aquí se plantea en esta novela, centrada en el año 1530.
Veinte años antes de la Controversia de Valladolid, y no como debate teológico, sino como juicio, se anticipa la confrontación entre un propietario de esclavos, una esclava y un pueblo que lucha por su libertad.
Guaniacas, abogado mestizo entre dos mundos, y fray Isidoro de Segovia, alumno de la compasión dominica de Antonio de Montesinos y de Bartolomé de las Casas, defiende en Canarias la dignidad y humanidad de los guanches, contra la opinión del segundo adelantado, Pedro Fernández de Lugo, y el conquistador y propietario de esclavos Hernán Mexía, ambos partidarios de la esclavitud de los guanches.
El juicio de Iballa, que es así como se llama la esclava guanche, no es solo un proceso judicial; es el germen de un conflicto teológico, jurídico y filosófico que recorrería todo el Imperio. En la plaza Mayor de La Laguna, una ciudad colonial recién fundada, se ensayan los argumentos que más tarde resonarán en los claustros de Valladolid: el derecho natural frente a la servidumbre, la razón universal frente al prejuicio del “bárbaro”, la compasión evangélica frente a la arbitrariedad del poder.
La novela nos habla también de la permanencia de una resistencia de los isleños que, huidos a los montes y defensores de su libertad, no quieren someterse a los nuevos gobernantes de la isla. Los guanches alzados en la cordillera de Anaga mantendrán una dura pugna política y militar que desestabiliza al poder colonial. Los guanches que no han pactado su rendición combaten tres décadas después de 1496, fecha oficial de la conquista definitiva de la isla, y su grito en las montañas amplifica el alcance y las consecuencias del juicio que se celebra en la ciudad de La Laguna, llamada por ellos Aguere.
Este texto, ambientado en unas islas recién conquistadas, pero todavía no sometidas del todo, muestra cómo en esta parte del Imperio se gestó una idea radicalmente moderna: que ningún ser humano puede ser esclavizado sin que se corrompa la propia justicia. En esta defensa de la dignidad del guanche late el mismo espíritu que animó a De las Casas a desafiar a Sepúlveda. Por eso, esta narración no solo construye un juicio insular, sino el primer acto de un debate universal que aún no ha terminado.