Las emociones son uno de los resortes más productivos en la arena política. Los nuevos fascismos han aprendido esta lección antes que las izquierdas, al menos en nuestro pequeño país insular. Hemos tenido demasiadas décadas en el olvido las emociones que en los setenta producían las apelaciones y llamadas a lo guanche.
El guanchismo fue un factor de movilización importante y dio forma a unas emociones que delimitaban claramente a los nuestros de los otros. Los otros en aquella época lo encarnaban los franquistas de entonces y su retrógrado y agresivo nacionalismo españolista. Fueron travistiendo su ropaje exterior y colocándose su careta democrática bajo las siglas de Alianza Popular, hoy PP.
Después de cincuenta años ya no se distingue la careta democrática de su cara fascista. Hoy el PP y Vox, junto con parte importante de los aparatos del Estado español, encarnan sin complejos la continuidad del viejo fascismo español y españolista.
Desde las fuerzas democráticas del centro izquierda y la izquierda se trata de contener esa marea de aguas fecales que la historia nos vuelve a traer por nuestras costas. Y deben seguir haciéndolo lo mejor que puedan y ojalá su estrategia salga victoriosa.
Pero aún hay otro espacio desde el que se puede contribuir a derrotarlos y que, a día de hoy, se encuentra en penosas horas bajas. Y aquí no estoy pensando en la forma orgánica de partido político, o no solo desde ella. Me refiero más bien a nuestra batalla cultural. Los fachos españolistas llevan décadas con su batalla cultural contra las naciones sin estado, las feministas, los ecologistas, los socialistas y los marxistas de amplio espectro, los migrantes, las personas no binarias y contra todo aquello que refleje pluralidad y democracia. Y a mí me parece, que nosotros, miembros de una comunidad nacional subalterna, en el marco de un estado que defiende con todos sus poderes su españolismo imperialista, nos toca dar nuestra batalla cultural. Y uno de los ejes centrales de esa batalla cultural debe ser una repolitización del guanchismo.
Una política de las emociones desde el universo guanche, como se hizo a finales de los setenta. Pero mejor hecha y, sobre todo, de más largo recorrido. Celebrando efemérides, políticas de la memoria, lugares de memoria, construcción de relatos que nos invite a la compasión y la ternura. Que sirva para construir comunidad emocional en el sentido en que la define Bárbara Rosenwien, compartiendo normas, valores, expresiones, expectativas, códigos culturales, podríamos añadir. Las emociones se construyen históricamente, no son atemporales, y aquí tenemos la gran suerte de tener nuestro pasado guanche, que debe ser proyectado en guanchismo como una cultura emocional compartida por todos y todas los que queremos estar ahí, y por todos y todas las amigas a las que queremos invitar para que estén. Crear una comunidad emocional produce intensidades afectivas y sentimientos de esperanza, y denosta el paternalismo, la superioridad cultural y las ansiedades raciales, manifestaciones todas ellas de mentes coloniales atrofiadas.
Nuestra comunidad nacional oprimida por un régimen colonial polivalente y cambiante, no ha podido superar aun su condición de comunidad subalterna, a pesar de llevar más de cuarenta años de autonomía política. Y, nuevamente, tenemos que ver en nuestras instituciones de representación política o, incluso, en nuestra querida Universidad de La Laguna, manifestaciones del régimen emocional colonial profanando ese recinto sagrado de la democracia. Y, dicho sea de paso, una débil capacidad de confrontar esa provocación con la contundencia que el caso requiere.
Los pueblos que han construido sus visiones del pasado y el presente desde apegos emocionales compartidos, son mucho más difíciles de someter y oprimir, porque la resistencia brota de cualquier lugar. Y a eso debemos aspirar.


