Canarias, islas o archipiélago

 

A todas luces, o mejor dicho, a simple vista, Canarias es un archipiélago. Eso es lo que todos pensamos aquí y lo dice la geología, la geografía, la Constitución española de 1978, y el Estatuto de Autonomía: “El ámbito territorial de la Comunidad Autónoma comprende el Archipiélago Canario”. Y aun así nos falta una pata fundamental para ser considerado por otros como archipiélago. Y sin esos otros no podemos disfrutar plenamente de nuestra condición archipelágica.

 

Para nosotros ser considerado por los actores internacionales como un archipiélago, según la Convención del Mar de 1982, necesitaríamos constituirnos en Estado archipielágico, o bien que el Estado español lograra negociar una reforma de la Convención del Mar, en la que se reconociese la condición de archipiélago de Canarias.

 

Para la primera no existen las condiciones de acumulación de fuerzas necesarias. No hay fuerza política en las islas que esté dispuesta a luchar por ello. El nacionalismo está fragmentado y débilitado, y el regionalismo de CC y PSOE no tiene interés en el asunto. La segunda opción, a priori, parece más factible, porque al propio Estado le resultaría beneficioso un reconocimiento de esa naturaleza archipielágica.

 

Ello nos traería un mayor control marítimo sobre las aguas que nos rodean, para empezar, englobando dentro de esos perímetros a todas las islas, que pasarían a estar en aguas archipelágicas y no, como ahora, dejando espacios marítimos no canarios, ni españoles, entre islas. Por ejemplo, la distancia entre Tenerife y Gran Canaria superior a 24 millas deja una franja de mar de aguas internacionales entre ambas. Lo mismo pasa entre La Gomera y El Hierro, La Gomera y La Palma, La Palma y el Hierro, o Fuerteventura y Gran Canaria.

 

También nos proporcionaría una ampliación de la zona económica exclusiva hasta las 200 millas desde un perímetro único. Esto podría frenar avances unilaterales de Marruecos, tanto hacia las aguas del Sáhara Occidental como hacia las propias de Canarias. En el escenario creciente de disputas sobre tierras raras y su necesidad vital para las industrias de última generación, daría control a Canarias sobre el Monte Tropic, rico en cobalto, telurio y tierras raras que se encuentra sumergido al sur de El Hierro. Para ello se podría reclamar una prolongación natural de la plataforma continental, petición que es bastante común en el derecho marítimo internacional.

 

Un archipiélago tiene una jurisdicción unificada sobre el mar, y no fragmentada por islas como está en la actualidad, y ello redundaría en un mayor control sobre las migraciones irregulares, el tráfico de drogas, la pesca ilegal y cualquier otro asunto que nos incumbiese de manera directa. Un archipiélago nos puede convertir en centro neurálgico de las vías de tránsito entre los tres continentes, de los que se dice que proyectan nuestra identidad (tricontinentalidad). Tal condición nos daría más recursos económicos y políticos para controlar las zonas marinas protegidas (Red Natura, reservas pesqueras, etc.) permitiéndonos desarrollar una política oceánica más ampliada y coherente en el ámbito de la ordenación del espacio marítimo, la promoción y desarrollo de la economía azul, y una diplomacia macaronésica con los otros archipiélagos y la ribera occidental de África.

Por último, embarcado el Estado en una solución de esa problemática, no le quedaría más remedio que ponerse de acuerdo con Marruecos para trazar una mediana entre el reino alauita y las aguas Canarias, antes que la búsqueda y explotación de recursos marinos vuelva a tensar las relaciones como ya ocurrió varias veces en el pasado.

El turismo que nos envuelve




El escritor y poeta Samir Delgado nos invita a reflexionar sobre el turismo desde la literatura y es, sin duda, un ejercicio estimulante, que nos acerca de una forma diferente a contemplar esta actividad de masas más allá de las meras cifras récord, las playas y los souvenirs. Samir nos lleva a recorrer los lugares desde la poesía, novelas, ensayos y, en general, las obras de arte que han contribuido a crear imaginarios turísticos y simbólicos desde los cuales nos miramos también nosotros.


Bien sabemos que el paraíso canario no existe de manera natural. Es una construcción cultural. Las postales de playas infinitas, volcanes majestuosos y eterna primavera son el resultado de décadas de promoción turística. Los turoperadores europeos y las instituciones locales han fabricado una imagen que responde a lo que el visitante espera encontrar: sol, playa y hospitalidad. Así, elementos de la cultura local —desde la música folclórica hasta la gastronomía— se convierten en símbolos empaquetados y listos para el consumo, como nos recordaba el antropólogo Fernando Estévez.


En Turisferia, Samir Delgado concuerda con esa mirada del antropólogo, y nos recalca que fueron los escritores y artistas los que ahondaron en esa contemplación con sus miradas escrutadoras. Con ella se ha alimentado por igual el orgullo local y la promoción exterior. Ya en el siglo XIX, autores como Nicolás Estévanez elevaron el mar canario a símbolo universal, mientras que el Manifiesto de El Hierro (1976) proclamaba que la universalidad del Archipiélago residía en su “primitivismo”. Así, lo insular se convirtió en punto de partida para un relato que conecta lo local con lo global.


En este ensayo Samir Delgado nos propone mirar el mar y los volcanes como algo más que paisajes y, en su lugar, nos dice que debemos mirarlos como metáforas literarias del hecho insular. Así se puede entender como la literatura y el arte han condicionado el turismo, al turista y, también, al indígena moldeando su visión del lugar. La pintura reproducida en postales ayudó a crear una imagen bucólica de campesinos y pescadores felices en sus tareas, del que se ocultaban las condiciones materiales de su explotación, sus esfuerzos, precariedad y la dureza de sus vidas.

 

Samir argumenta que el turismo no es solo economía, sino que es cultura, símbolo e identidad, y que cada visitante de nuestras islas disfruta de playas y volcanes, a la vez que entra en contacto con siglos de narrativas y representaciones que han dado forma al imaginario insular. Sin duda, Delgado se muestra benévolo con el turista. Yo, no siendo tan generoso como él, apostillo que muchos de ellos se van de aquí subidos en la misma borrachera que trajeron, sin enterarse de nada que tuviese que ver con producción cultural.

 

La pregunta, o una de las preguntas que nos deja Samir Delgado en su ensayo es ¿cómo podemos equilibrar la herencia cultural con la enorme presión que el turismo de masas genera en las islas? El valor de Canarias no es sólo su millonaria cifra de visitantes, sino su capacidad de entenderse a sí misma por medio de la palabra, la memoria y la producción artística.

 










Los acuerdos entre Israel y Marruecos afectan de forma directa a Canarias

 

 

Durante el primer mandato de Trump, Israel y Marruecos firmaron compromisos estratégicos mutuos muy relevantes. A cambio de que Israel reconociese la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, Marruecos reconoció a Israel y se convirtió en defensor de sus posiciones contra los palestinos. Los acuerdos se han ido ampliando a nuevas áreas y han posicionado a Israel dentro de Marruecos como un país muy importante.

 

Estos acuerdos entrañan desafíos de nueva magnitud para España y, sobre todo, para Canarias. La avanzada tecnología israelí en el campo militar y de espionaje cibernético propulsan a Marruecos con relación a España a un nuevo nivel.

 

En el terreno militar, Marruecos ha adquirido los drones Heron TP y Harcop, que pueden alcanzar hasta los 1.000 km y ser controlados desde satélites. Marruecos le compró a Israel el satélite de inteligencia Ofek-13. Todo el espacio aéreo, marítimo y terrestre de Canarias, virtualmente, quedó bajo observación y vigilancia marroquí.

 

La nueva tecnología que Israel le proporciona a Marruecos alcanza también el terreno de los servicios de inteligencia, la ciberseguridad, la formación militar y la transferencia de nuevas tecnologías. Marruecos da un salto significativo en su competencia militar con sus vecinos, tanto argelinos como españoles. Además, los acuerdos auspiciados por Trump entre estos dos países acercan más estrechamente a Marruecos con EE.UU., quedando relegada España a un papel de segundo orden con relación al interés geoestratégico de los EE.UU. en el norte de África y, en su proyección, hacia Oriente Medio.

 

Canarias queda bajo vigilancia de satélites operados por Marruecos y su aliado Israel, que en caso de crisis pueden servir para que Marruecos tome medidas avanzadas de guerra híbrida contra las islas, consistentes en producir interferencias en las vías de navegación aérea y marítima, así como sabotajes de estructuras sensibles en las plantas de generación de energía y en las telecomunicaciones para promover mensajes alarmantes destinados a impactar en la psicología de las masas. Son nuevas fuentes de presión y amenaza a las que habría que sumar las “clásicas” de los flujos migratorios, el tráfico de drogas y el terrorismo islamista.

 

Esto podría tener enormes consecuencias negativas para un sector tan sensible a los vaivenes internacionales como es el del turismo, afectando a la espina dorsal de la economía del país (canario), con las subsecuentes secuelas económicas y sociales que acarrearía.

 

¿Y qué razones puede haber para que un escenario de crisis de esa naturaleza se active? Están los históricos, vinculados a las exigencias territoriales marroquíes, en primer lugar, la ocupación total y definitiva del Sáhara Occidental; en segundo lugar, la reclamación posterior de los enclaves de Ceuta y Melilla; en tercer lugar, la disputa por las aguas territoriales con Canarias. Al incorporar el territorio del Sáhara bajo el control de Rabat, todas las aguas territoriales del Sáhara pasan a ser reclamadas y administradas por Marruecos, lo que afecta a las islas de manera notable.

 

La zona económica exclusiva de Canarias, sus aguas territoriales, quedaría sometida a tensiones producto de las demandas marroquíes. No pensemos ya en la pesca, en la que Marruecos, de hecho, tiene su control, gracias a los sucesivos acuerdos pesqueros que España ha firmado con Rabat desde finales de los años setenta, sino en la búsqueda de nuevas fuentes de energía o minerales estratégicos sumergidos. En el primero de los casos vivimos una crisis por el asunto de las prospecciones durante el primer quinquenio de este siglo. En el segundo caso, tenemos la disputa por el Monte Tropic, que al parecer es una reserva importante de litio, cobalto y telurio, minerales claves para las industrias militares y de alta tecnología.

 

Lo sustancial de toda esta información (muy resumida) está alojada en la IA, así que no hay más ciego que el que no quiere ver.

 

 

Cuando Hasán II pidió la entrada de España en la OTAN


 Cuando Reagan comenzó su andanza como presidente de EE.UU. intensificó sus relaciones en el norte de África con Marruecos, su aliado principal. En aquel entonces, 1981, el Frente Polisario gozaba de control sobre amplias partes del territorio de la RASD. Si bien Carter había aumentado el nivel de apoyo militar y financiero a Rabat, Reagan elevó la apuesta de forma muy notable. EE.UU. estaba obsesionado con el hecho de que los soviéticos pudiesen ocupar los espacios que perdiesen los aliados de Washington.

 

Hasán II era un hábil manipulador de las ignorancias estadounidenses sobre el mundo norteafricano y, en general, sobre el mundo in extenso. Hasán II era ladino y le acariciaba el oído a Reagan y a sus enviados diciéndole lo que él sabía que a ellos les gustaba escuchar. En una reunión con el secretario de Estado Haig (general y veterano de la guerra de Vietnam) en febrero de 1982, le dijo que Marruecos era Europa, y que un mero accidente geográfico como el estrecho de Gibraltar no modificaba ese hecho. Incluso, aseveró que era más Europa y más seguro que la Europa del sur, porque los franceses estaban gobernando con los comunistas, los españoles estaban en la cuerda floja y los socialistas podrían ganar las próximas elecciones, y los italianos estaban con un estado en crisis con un partido comunista muy poderoso al acecho.

 

Hasán le proponía a Reagan que acelerara la entrada de España en la OTAN para que se reforzara el poder del rey Juan Carlos como garantía de estabilidad en la zona. En un telegrama del embajador de EE.UU. en Rabat al departamento de Estado se afirmaba que: “Hassan sostuvo que él y Juan Carlos estaban en los mejores términos, llamándose con frecuencia, a veces solo para preguntar por las respectivas familias. La importancia de la membresía española en la OTAN fue tal que Hassan aconsejaría a los Estados Unidos que impulsaran la participación española lo más rápido y lejos posible. Así, para las elecciones españolas de 1982, cuando los socialistas podrían llegar al poder, España habría pasado el `punto de no retorno’ en la OTAN”. Marruecos, en cualquier caso, estaba dispuesto a acoger las infraestructuras militares que EE.UU. se viera obligada a abandonar en el sur de Europa como consecuencia de la inestabilidad política. Para los norteamericanos esa propuesta de Hasán era estupenda porque ampliaba sus posibilidades de presionar a España con el hecho de que cualquier amago con relación a la no permanencia de las bases en territorio peninsular sería contestado con un reforzamiento más firme de su aliado marroquí en detrimento de España.

 

Como los americanos estaban seguros de que los desafíos en el norte de África se le iban a multiplicar, agradecían sobremanera ese ofrecimiento del monarca alauita. Y para éste sentirse firmemente respaldado por EE.UU., le daba garantías de seguridad para confrontar a Libia y Argelia, a los que acusada de ser los mentores del Polisario. Un monarca en España era también un elemento de estabilización y tranquilidad para Marruecos y, por eso, Hasán jugaba a ser el amigo facilitador. Haig se lo reconoció al decirle: “Agradecemos su estrecha comunicación con el Rey de España”. 


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Reagan y Hasan II no debieron estar preocupados por Felipe González. La CIA lo sabia bien e informó que “los socialistas se verán obligados a elegir bando y optarán por Marruecos”.

No querían que renunciara, lo querían muerto



 

Esa frase es de Curt Weldon, excongresista norteamericano que había estado negociando por un tiempo con Gadafi. En una entrevista con Tucker Carlson el 14 de abril de 2025, dijo: “Nosotros [EE. UU./Reino Unido] fuimos los que causamos la muerte de Gadafi”. En la última conversación que tuvo con el líder libio en 2011, también participó un miembro del equipo de Biden y otro de Bush. Según el congresista, tras el comienzo del bombardeo de la OTAN, Gadafi le dio una carta en la que aceptaba su renuncia. Pero los norteamericanos no tomaron en consideración la propuesta. “Lo querían muerto”. Weldon afirma que la secretaria de Estado, Hilary Clinton, estaba al tanto del operativo. 

 

Gadafi era un líder impredecible y bastante incómodo para los estándares diplomáticos occidentales. Buscó a lo largo de su vida la unidad del mundo árabe y la unidad de los países africanos. Fue un enemigo firme contra las políticas de Israel en Palestina y, en repetidas ocasiones, denunció en la ONU que los planes del sionismo consistían en expulsar completamente a los palestinos de sus tierras, además de mantener a Oriente Medio en estado de jaque permanente. El asesinato de 2011 se enmarcó en la política general de desestabilización del mundo árabe que comenzó el gobierno de Bush y que continuó Obama. 

 

Una vez que Egipto había sido neutralizado tras los acuerdos de Camp David de 1978, los norteamericanos necesitaban derrumbar los últimos escollos para dar una ventaja estratégica definitiva a Israel, y para eso era necesario acabar con Gadafi, Bashar El Assad, Sadam Hussein y liquidar a la república de los ayatolás. El trabajo está casi finiquitado, dado que de aquellos potenciales contrapesos para la hegemonía total de Israel solo queda en pie Irán. Veremos por cuánto tiempo.

 

Una vez desaparecido Nasser en 1970, y neutralizada la posición de los egipcios, sobre Gadafi se volcaban los deseos de aniquilamiento más que sobre ningún otro líder árabe. Desde que a comienzos de los años ochenta del siglo pasado Reagan se hizo con la presidencia de USA, sus planes para acabar con el líder libio fueron sonados. 

 

En el mes de marzo de 1981, Reagan recibió un memorándum secreto de su secretario de Estado, el general y veterano de Vietnam Alexander Haig, en el que le dijo “Nuestro objetivo sería sacar a Gadafi del poder; nuestra contribución al esfuerzo común sería el apoyo material. La acción contra Gadafi desviaría la preocupación en la zona por la cuestión israelí, al tiempo que fortalecería a Sadat, los saudíes e Israel al mismo tiempo”.

 

En 1986 USA bombardeó Libia, pero el coronel se mantuvo en el poder durante un largo periodo de tiempo hasta que, finalmente, en 2011 el tándem demócrata Obama-Clinton, con el apoyo de Gran Bretaña y Francia, terminaron la tarea.

 

Tras la desaparición de Gadafi y el derrumbe del estado libio, la confrontación entre las facciones armadas llega hasta hoy. Libia se ha convertido en un estado fallido y sus bien surtidos arsenales de armas han sido saqueados y vendidos a los grupos yihadistas del sahel. Las guerras en el norte de Mali, Níger y Burkina Faso han desplazado a dos millones y medio de personas en busca de lugares seguros. Doscientos mil están refugiados en el este de Mauritania, muchos esperando el momento de salir definitivamente de África hacia Europa, si hace falta arriesgando su vida en un cayuco.

 

La segunda muerte de Jim Morrison




Entre toda la vorágine de noticias que nos aceleran el pulso como la guerra de los aranceles, las negociaciones de paz, o su simulación, en Ucrania, la expulsión de manera bárbara de migrantes y, la más sangrante de todas, la continuación del genocidio en Palestina, se me pasó por alto la muerte del actor Val Kilmer. Su fallecimiento me llevó a ver de nuevo la película de Oliver Stone, The Doors. Y la película me transportó directamente a la época en que en mi juventud descubrí, entre otros muchos grupos, a Los Doors, como decíamos por aquí. Que en realidad tendríamos que haber dicho Las Doors, pero, en fin, así era la cosa.

 

Me pareció que Val Kilmer hizo una muy buena interpretación de Jim Morrison. A gente más purista que yo y, también, más entendida en la materia, le leí en los años 90, cuando se estrenó la película, que Oliver Stone no era del todo fiel a la verdadera historia de Morrison. Pero bueno, para eso están los críticos de cine.

 

Al visionarla nuevamente no sentí que estuviese rememorando el deceso de Val Kilmer, sucedido en estos días, sino evocando el de Jim Morrison ocurrido en 1971. Para mí el personaje se había tragado a la persona de manera integral. Y si pienso en el rostro de Jim Morrison me viene más nítidamente el de Val Kilmer. Hasta ese punto Hollywood construye nuestros imaginarios.

 

Adquirí mi primer vinilo de Los Doors en 1979, se llamaba L.A. Woman. Aún lo tengo guardado en mi pequeña colección de elepés que ya no tengo opción de escuchar en ese formato. Logré reunir mil pesetas para comprarlo. No era fácil porque era estudiante con 17 o 18 años, normalmente sin dinero encima, o sólo con el justo para coger la guagua e ir al instituto, y a lo sumo algo más para intendencia holística.

 

Lo normal en aquel entonces era grabarse cintas de casete de discos que otros con más peculio y edad habían comprado. Pero en este caso, tras ahorrar durante unas semanas alcancé las mil pesetas y pude hacerme con el disco. Cuando le dije a los amigos que lo tenía en mi poder hicimos el plan. Éramos un grupo variable, pero al menos teníamos que ser tres, porque si bien el Lp costaba sobre las mil pelas, unos cigarros de maría salían por quinientas. Y un avispado entre nosotros había descubierto que, si éramos tres, bastaba poner 166 pesetas para alcanzar las 500 y poder hacer la compra. ¡Quién nos iba a decir a nosotros que unas décadas después nos iban a cambiar las 166 pesetas por un euro! Pero eso es otra historia.

 

Nos fuimos con el Lp y la maría, y comenzamos el ritual. Sentados en el suelo, sobre alfombras, pinchamos el disco en el plato. Primero oímos en bucle el último tema, Riders on the Storm. Después el disco completo por la cara A y la cara B varias veces. Y de alguna manera hacíamos nuestras todas aquellas ideas del manifiesto de Port Huron de comienzos de los años sesenta. Entonces los norteamericanos tenían buenas ideas. 

Agresores y agredidos a la luz de la historia

Fuente: Descifrando la guerra y Fair Politik
                                                 Fuente. Descifrando la guerra/Fair Politik

 

Europa parece preocupada porque teme una agresión rusa, según se nos dice. Se prepara para suplir el abandono de EE.UU., y va a destinar cerca de un billón de euros para tal propósito. Pensemos que las armas las tendrán que comprar al complejo militar industrial de EE.UU., y que su dependencia de los sistemas orbitales norteamericanos seguirá siendo la que es ahora. Todo ese dinero destinado a la industria de la guerra será detraído de otras partidas más necesarias, tales como la vivienda, la sanidad, la educación, los servicios sociales y, en general, de todo lo que interesa a la gente común. Las reuniones de urgencia que vemos estas semanas entre los dirigentes europeos, realmente, son de pena. Lo más patético de todo es contemplar a Londres, que antes de ayer, como quien dice, se fue de la UE echando pestes, encabezando a los europeos. El miedo al ruso lo justifica. ¿Pero, realmente, hay indicios de que los rusos planteen un ataque a Europa en su conjunto, cuando no han sido capaces de doblegar durante tres años a un país como Ucrania? 

 

Rusia no tiene demografía ni ejército para lanzarse a un ataque contra el resto de Europa. Tampoco tiene razones geopolíticas para hacerlo, y no existe precedente histórico que avale ese argumento. Más bien al contrario, ha sido Rusia la que siempre ha sido invadida por los pueblos de Europa occidental. Por ejemplo, Napoleón invadió Rusia en 1812. Los británicos y franceses fueron a Crimea a guerrear contra Rusia en 1853. Más tarde, en lo que se conoce como el “Gran Juego”, los británicos fueron a guerra abierta contra los rusos en Asia Central y el Cáucaso. O sea, en las fronteras del imperio ruso y bien alejado de las Islas Británicas. Tras la primera guerra mundial y la revolución bolchevique, una alianza entre Alemania, Gran Bretaña, Francia y EE.UU. participó en la guerra civil rusa, del lado de los rusos blancos, es decir, de los zaristas. Los alemanes invadieron la URSS en 1941 y causaron más de 25.000.000 de muertes y destrucciones indecibles. 

 

Los soviéticos derrotaron a los nazis, y por eso Europa se pudo librar del fascismo de entonces. Los pactos de Yalta y Postdam entre la URSS, EE.UU. y GB dividieron Europa, y los soviéticos dominaron la parte oriental del continente y los norteamericanos la parte occidental. La democracia liberal y el estado del bienestar en Europa Occidental fue posible gracias a que los soviéticos acabaron con Hitler.

 

Los soviéticos dejaron de dominar la parte oriental del continente en 1991, pero los norteamericanos no abandonaron su zona de ocupación. Todo lo contrario, la ampliaron hasta las mismas fronteras de Rusia, rompiendo así la promesa que le habían hecho a Gorbachov de no ampliar la OTAN más al este del continente, a cambio de que la URSS se aviniese a aceptar la unificación de Alemania. 

 

Los rusos nunca han atacado ni invadido Gran Bretaña, Francia, Italia, Grecia, etc. Ni, por supuesto, España. Sin embargo, los franceses sí invadieron España en 1808 y, durante todo ese siglo, su política fue de injerencia permanente en los asuntos españoles, igual que los británicos. Los británicos le quitaron el peñón de Gibraltar a los españoles en 1704 y lo tienen aún bajo su soberanía. Los norteamericanos le quitaron a España Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, y no se hicieron con Canarias porque los británicos no quisieron (ver mi libro:http://riull.ull.es/xmlui/handle/915/39048 ).

 

La neutralidad franco-británica durante la guerra civil española fue, en realidad, un apoyo de hecho a los fascistas de Franco. Los nazis alemanes y los fascistas italianos bombardearon pueblos y ciudades españolas e hicieron posible la victoria del franquismo en la guerra civil. Tras el final de la segunda guerra mundial, los británicos se opusieron a que los aliados entrasen en España y se restaurase la democracia. EE.UU. le lavó la cara a la dictadura desde 1953 en adelante y, la famosa transición con la restauración monárquica fue posible porque así lo quisieron Kissinger y Ford. EE.UU. aún mantiene bases militares en la península de enorme importancia estratégica. Injerencias puras y duras. 

 

En los últimos cuarenta años de historia, ningún país ha sido más agresivo y ha llevado a cabo más invasiones e injerencias que EE.UU., normalmente con el apoyo británico. Por ceñirnos a las últimas décadas, vimos que dinamitaron todo el orden de posguerra en Oriente Medio y el norte de África con guerras en Libia, Siria, Irak, golpe de estado en Egipto y desestabilización permanente de Irán.

 

No, los rusos no tienen planes ni posibilidades de expandir la guerra de Ucrania hacia Europa. Todo lo que te digan al respecto es sólo propaganda para seguir alimentando la maquinaria neoliberal, saquear los recursos públicos y mantener a la gente asustada y dividida.

Canarias, islas o archipiélago

  A todas luces, o mejor dicho, a simple vista, Canarias es un archipiélago. Eso es lo que todos pensamos aquí y lo dice la geología, la geo...