La historia de España para la prueba de acceso a la Universidad (EBAU)

Este año tuve la experiencia de participar en la coordinación de la prueba de Acceso a la Universidad en la materia de Historia. Por el camino me encontré excelentes profesionales con los que he tenido la fortuna de trabajar. Y a la vez aprendí cual era el sentido profundo de la reforma educativa del ex ministro Wert, al menos, para la temática de la Historia. El ex ministro, y el equipo que lo rodeaba entonces, no tenían el más mínimo interés en plantearse una reforma que implicase una propuesta seria y rigurosa sobre la enseñanza de la historia. Sólo estuvieron interesados en sacar adelante una reforma que pusiese el acento en un relato nacionalista de la Historia de España.

Josep Fontana señaló en  2014, que la reforma del PP tenía la intención de “adoctrinar a las nuevas generaciones de españoles reduciendo su educación a la memorización de contenidos cuidadosamente seleccionados, que no dejen espacio al pernicioso ejercicio de pensar”. El temario que se obliga a impartir es de una amplitud enorme. El profesorado y el alumnado no pueden dedicarse a pensar, con esa tarea gigante de terminar un contenido para prepararse de cara a la prueba EBAU. Sólo pueden memorizar. Y lo que se memoriza es un contenido completamente desfasado, una lectura sesgadamente nacionalista de la Historia de España, desde la prehistoria hasta la actualidad.

Advertía Lucien Febvre en 1952, durante la IV República Francesa, sobre la necesidad de desenmascarar el uso de la historia como “forma disciplinada y regulada institucionalmente de memoria colectiva”. Decía en su famoso libro Combates por la historia que “Comprender no es clarificar, simplificar, reducir a un esquema lógico perfectamente claro, trazar una proyección elegante y abstracta. Comprender es complicar. Es enriquecer en profundidad. Es ensanchar por todos lados. Es vivificar”. Nada de eso es la finalidad que persigue la enseñanza de la historia para el alumnado de 2º de bachillerato. Por contra, se les enseña a memorizar un tostón cargado de los tópicos más absurdos del nacionalismo historiográfico, administrados en lo que denominan “estándares de aprendizaje evaluables”. En tales estándares hay un predominio enorme de contenidos dedicados a los “grandes” personajes de la historia. Los reyes, los primeros ministros, la aristocracia militar, los líderes políticos. Una historia política contada a la vieja usanza del positivismo decimonónico. Ni atisbo de la historia social ni de las gentes. Nada de la historia de las mujeres, nada de la historia de los pueblos y culturas diferenciadas que componen el actual Estado español. Los problemas medioambientales y el cambio climático no merecen la menor atención. En vano esperarás que este temario se ocupe de explicar la historia como un devenir complejo en tierras fronterizas, del cual los fenómenos migratorios son piedra angular. El enfoque acerca de la hibridación cultural (Peter Burke), el mestizaje y la "creolización" (E. Glissant) ni está ni se le espera. El desfase entre la historia que se exige a los alumnos de segundo de bachillerato y el mundo que los rodea es tan abismal que, simplemente, por penar el castigo de tenerse que prepara semejante contenido inútil, ya deberían estar todos aprobados de antemano.

La historia lineal que se obliga a aprender, como historia no problemática que es, no da opción a pensar otras explicaciones posibles. La historia no puede ser entendida como la lectura de un pasado que estaba condicionado a ser el presente que hoy es. Siguiendo a Chakrabarty, debemos proponer el estudio de los acontecimientos pasados como un repertorio de elementos que nos hablan de otras posibilidades y que nos enseñan a ver el presente como un “irreductible no-uno”. 

No es esa la intención de la reforma Wert para la enseñanza de la historia. Nuevamente el profesor Josep Fontana nos pone sobre la pista. “La Comunidad de Madrid impondrá un programa de enseñanza primaria en el que todos los alumnos madrileños deberán conocer 15 fechas obligadas, desde la llegada de los romanos a la Península hasta la entrada en el euro, pasando por las dos guerras mundiales y la guerra civil española (…). Esta nueva historia, «limpia de localismos», va encaminada a inculcar al alumno que «somos una gran nación, llevamos más de 500 años como esa gran nación, llena de riqueza y diversidad», según afirma el presidente de la comunidad, que añade: «Hemos sido un Gran Imperio, todo eso hay que conocerlo»”. Al ex-presidente Ignacio González, autor de dichas palabras, seguro que no le preocupaba lo más mínimo el hecho de que la enseñanza de la historia imperial dejase en la cuneta el conocimiento en beneficio de la propaganda. 

¿Y de Canarias, qué? Tras 34 años de autonomía con competencias plenas en educación, el desinterés porque se enseñe la historia de las Islas en bachillerato es clamoroso.

La gran borrachera del 23 de febrero de 1981

No sé cómo serán ahora los mandos militares ni, por extensión, los de la guardia civil, pero por mi contacto con ellos en 1980, cuando me to...